Para finales de la década de 1940, Diego Rivera no sólo era el fundador más reconocido de la Escuela Mexicana de Pintura y el artista mexicano de mayor fama internacional, sino que se le consideraba un auténtico héroe nacional en el terreno de la cultura. Por ello, en el homenaje oficial que se le prodigó en el Museo de Artes Plásticas del Palacio de Bellas Artes se expuso su obra pictórica en estrecha asociación con el discurso nacionalista. Fernando Gamboa, museógrafo de la exposición y director del Departamento de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), echó mano de argumentos esencialistas del nacionalismo posrevolucionario, en los que creía firmemente, para exponer su interpretación del papel de la pintura de Rivera en la cultura nacional. Una de sus estrategias discursivas consistió en el uso de esculturas prehispánicas, que colocó en las salas de exposición al lado de la obra pictórica, como parte de la “puesta en escena”. La propuesta museográfica, imbuida de un sentido cultural específico, dio coherencia y visibilidad a la “consagración nacional” que demandaba el homenaje al insigne pintor y contribuyó, también, a legitimar la política cultural del estado alemanista. Asimismo, esta asociación simbólica se debe vincular con el sentido que en esos años se dio a la contemporaneidad del arte prehispánico.

La exposición/homenaje se inauguró el 1 de agosto de 1949 y fue un acontecimiento cultural de primer orden. El presidente Miguel Alemán Valdés calificó a Rivera de “genio como pintor” y expresaron su admiración al artista las más relevantes personalidades de la política, la cultura y el espectáculo. Según las crónicas, diariamente visitaban el Palacio cerca de cuatro mil personas “de todas categorías sociales e intelectuales” y en revistas y periódicos se publicaron decenas de reseñas positivas, aunque no faltó, por supuesto, un pequeño escándalo: el homenajeado insistió en incluir el desnudo de la poetisa Pita Amor, que a muchos pareció “inmoral”.

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Diego Rivera Vendedora de alcatraces, 1943.

Abundan los testimonios que vinculan la inspiración artística de Rivera con el arte prehispánico. En ocasión del homenaje, Gamboa asentó que veía en la pintura mural del artista “varios conceptos formales establecidos del arte mexicano: síntesis en la particularidad y desbordante riqueza en el conjunto; desarrollo en primeros planos, como se encuentra desde los murales mayas hasta los códices”. Samuel Ramos atribuyó a la “realidad indígena” los más valiosos elementos para integrar el estilo del pintor, tales como ”colorido y formas plásticas”, y agregó: “no cabe duda que Rivera ha estudiado todas las formas del arte precortesiano y gracias a su capacidad de absorción ha incorporado algunas de las modalidades de la plástica primitiva. Esto se hace visible sobre todo en sus pinturas de caballete”. Por su parte, Germaine Weziner, autora también del catálogo, pregunta: “Si se observan las grandes realizaciones de la escultura pre-colombina, ¿no se distingue alguna semejanza con el arte de Diego Rivera, por el hecho de la exuberancia en la creación y del mismo ordenamiento –justo y casi inquieto– en la elaboración?”.

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El clímax de la exposición era el espacio donde se congregaron grandes fotografías de los murales, además de bocetos y cuadros de gran formato que, según los testimonios, mostraban su “gran estilo mexicano”. Se veían, por ejemplo, varios cuadros de mujeres con los famosos alcatraces y entre ellos un retrato de Benito Juárez, con lo cual se conjugaban sugerentemente imágenes teñidas de color local con el héroe republicano. Inevitablemente, la amplitud de la sala comunicaba la grandeza del autor y precisamente en este sitio, frente a reproducciones de los murales realizados en el Instituto de Artes de Detroit (1932-1933), Gamboa colocó a la monumental Coatlicue, deidad mexica de la guerra. Los asistentes llegaban a los pies de esta escultura, la rodeaban y continuaban su camino, como si se tratara de una especie de peregrinaje ritual.

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Coatlicue. Período Posclásico tardío (1250-1521 d.C.). Museo Nacional de Antropología de México.

Coatlicue fue colocada frente al célebre mural del lnstituto de Artes de Detroit, en el que el Diego Rivera plasmó su versión de la deidad mexica transformada, mitad piedra, mitad máquina. Esta imagen denota la añeja idea de la oposición entre espiritualidad y materialidad que Rivera reinterpreta positivamente para mostrar el equilibrio cultural que caracteriza su utopía panamericanista. En términos generales, el muralista coincidió con algunos de sus contemporáneos en la aspiración de fortalecer la cultura latinoamericana sobre una base espiritual. La propuesta específica del pintor gira en torno a la misión del arte en esta empresa. Para él, el equilibrio continental se logrará a partir de una síntesis de cultura y civilización; la cultura latinoamericana y la civilización estadounidense. En este esquema, la cultura latinoamericana es de matriz indígena. La civilización norteamericana se manifiesta en el desarrollo tecnológico y científico. En suma, el plan del artista de unificación americana reúne dos dimensiones: la humanista, dada en los valores espirituales contenidos en el arte que se entiende como de origen indígena (popular y prehispánico), y la progresista, obtenida con la ciencia y técnica sajonas. Y considerando a México como el centro americano de la tradición indígena, su papel era definitivo en la conformación de la futura identidad continental. De este modo, la pétrea Coatlicue tridimensional dialogaba con la Coatlicue bidimensional del mural pintado en Detroit.

Diego Rivera. Los murales ilustrados de Detroit, 	Detroit Institute of Arts, 1933.

Por otro lado, la escultura estaba allí por ser representante ejemplar de la tradición ancestral en la cual –se decía– se fincaba el clasicismo de Rivera, que valora especialmente la construcción del volumen entre otras cualidades plásticas. Pero también de un clasicismo propiamente humanista. Gamboa, como muchos de sus contemporáneos, creía que la concepción artística de la civilización mexica estaba imbuida de un profundo sentido espiritual que perduró en la cultura mexicana y estableció el canal de continuidad entre el pasado y el presente de la historia nacional. El museógrafo ve en la Coatlicue, y en todo el arte prehispánico, una espiritualidad vigente que forma parte de la cultura mexicana contemporánea; de ahí que asegure que la escultura de la deidad guarda una “similitud de espíritu y poder plástico” con el arte de Rivera.

 

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Itzel Rodríguez es Doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Los fragmentos aquí presentados fueron extraídos del artículo “Coatlicue asiste al homenaje a Diego Rivera (1949): la creación de significados culturales en el discurso museográfico de Fernando Gamboa”, publicado originalmente en la revista electrónica Discurso visual 5, Nueva época, enero-abril 2006, CENIDIAP – INBA.

El jueves 25 de enero a las 19:00, la autora brindará la conferencia Presencia indígena en el arte moderno mexicano; y el sábado 27 a las 17:00, la visita guiada Indigenismos

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