Diario
Ensayos

Jorge Macchi
surrealista

Por Inés Katzenstein

Una de las primeras obras de Macchi que vi, y una de las que más me impactó, es una obra olvidada, o por lo menos eso creo. Era una rama de árbol cortada, bifurcada en “V”, cuyo extremo más grueso estaba envuelto con una venda, como las que se ponen los deportistas en el tobillo o en la muñeca. La ramita estaba expuesta sobre un estante, en una muestra en el Casal de Catalunya, a comienzos de los 90, junto con otros objetos intervenidos. Parecía un miembro amputado y muerto, o tal vez un miembro en estado de curación; las dos direcciones simultáneamente. A su vez, si bien parecía parte de un animal herido, era una rama. Esta consideración de lo vegetal como miembro fantasma producía una conmoción particular, una piedad indecible, o quizás algo más cercano al horror que suelen producir las prótesis. Era, según lo que construye mi memoria, una escena de amor vegetal.

Ese recuerdo condensa algunos de los rasgos de la obra de Macchi que más me atraen todavía hoy: su interés por producir errores que funcionan como chiste y al mismo tiempo como disparadores de lo siniestro, y su voluntad de darle cuerpo a algo que escapa a la lógica: su surrealismo. Las obras de Macchi a las que me referiré logran una imagen que es a la vez común e imposible, tan testaruda en su voluntad como en su resistencia a significar. Un devenir loco, diría Deleuze. Esa especie de locura es para mí, entonces, su clave más preciada.

Pero lo curioso del caso es que Macchi es, como sabemos, un artista serio, casi científico tanto en sus intereses (centrados en un tipo de experimentación lógica muy específica) como en el control que ejerce sobre el lenguaje. Y es además un artista que, desde sus inicios, en la Argentina fue considerado un conceptual, un caso bastante solitario de adecuación sin fricciones aparentes a la estética reductiva del neoconceptualismo que dominó el incipiente campo del arte global desde comienzos de los años 90. Quiero decir que, al menos en la Argentina, ese carácter loco que, para mí, define sus obras más inquietantes quedó borroneado, o directamente tapado, por la excepcionalidad que la contención y la economía de su lenguaje representaron en un marco general de franco alejamiento de la herencia conceptual. No me extenderé demasiado sobre estas cuestiones geopolíticas que conciernen a su relación con el contexto intelectual y artístico argentino, pero sí quiero proponer pensar a Macchi menos como un neoconceptual sobreadaptado que como un surrealista de laboratorio; considerando al surrealismo como una categoría que refiere a lo desconcertante –y esta precisión es central– en una vertiente rigurosa y proyectual. Como debe quedar claro, sus imágenes no tienen que ver con el surrealismo entendido como resultado incierto del automatismo o de la invención desbordada, sino como consecuencia de observaciones y módicos experimentos de trastocamiento de la lógica y el sentido.

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Fragmento del ensayo publicado originalmente en el catálogo de la exposición Jorge Macchi. Perspectiva (2016). Versión completa en formato PDF aquí

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