El Huevo

Federico Manuel Peralta Ramos. Mi vida es mi mejor obra de arte, sin fecha.

02Como contribución para la última exposición del Instituto Torcuato Di Tella en 1965, el artista argentino Federico Manuel Peralta Ramos creó un gran huevo. El título de la obra era Nosotros afuera. Muy poca documentación de la pieza se conserva. A primera vista, las fotos muestran sólo al huevo junto a su creador, sobre un pedestal bajo, en el piso de la galería. Las imágenes en blanco y negro permiten distinguir algunas áreas oscuras en el yeso; la pieza no estaba completamente seca al momento de exhibirse. Los pocos amigos sobrevivientes que vieron la pieza recuerdan que fue hecha tan velozmente que se rompió justo después de que el jurado la viera y la declarara “ganadora” de la exhibición. Un pariente de Peralta Ramos también me confirmó que el artista calculó mal la tensión entre la estructura de metal y la cáscara de yeso, y que la pieza implosionó luego de la ceremonia de premiación. Existe, sin embargo, una foto que muestra a Peralta Ramos destruyendo la pieza él mismo. Era demasiado grande para ser trasladada, por lo que había sido construida dentro del espacio de la galería y siempre había estado destinada a ser destruida.

A lo largo de muchos años, debido a que fue su último proyecto artístico, el huevo formó parte del mito que rodeó a Peralta Ramos. Algunos dicen que abandonó el arte (más tarde se transformó en un personaje importante de la televisión nocturna), pero en realidad no lo hizo. El huevo es más un comienzo que un final. Marca el fin de la ansiedad por transformarse en un artista conceptual, en parte de un movimiento internacional, en una figura capaz de dialogar con una cierta tradición y contribuir a ella. El huevo es el fin del pensamiento crítico y también una invención. Casi una invención clásica, todavía organizada en torno a lo que aparece y lo que está escondido, en torno a la verdad y al enigma. El huevo depende del lenguaje; establece una forma dialógica que llama la atención sobre el carácter físico del objeto: su textura, su forma, incluso su sonido, en tanto es una forma habitada por el vacío en medio del espacio. El huevo, en efecto, habla. Es el huevo el que dice que nosotros estamos afuera. La obra traza una clara correspondencia entre la racionalidad (el sentido) como “afuera” y la irracionalidad (el sinsentido) como “adentro”. El momento culminante del significado es demorado en la medida que el huevo se desarma, transformando toda posible narrativa en escombros. Durante este proceso de anunciación, presencia y desaparición surge un movimiento de otro tipo: no ya de producción sino de seducción.

En los años que siguieron al huevo, Peralta Ramos se dedicó a vivir, organizando fiestas con la beca que había obtenido de la Fundación Guggenheim, pero también encontrándose con amigos en cafés por la tarde y en cabarets por la noche. Su vida se transformó en una obra de arte: escribía máximas en servilletas, papeles y telas. Todo indica que el huevo fue parte de un gesto vanguardista basado en una interpretación personal y surrealista de la idea de autonomía total, de la destrucción del arte y de la superposición de las reglas que separan forma y contenido. Pero más allá de lo obvio, la parte más interesante es el modo en que Peralta Ramos terminó “del otro lado”, por así decirlo. Si “nosotros estamos afuera”, es porque él –el huevo/el artista– está adentro. Peralta Ramos no dejó de hacer arte; simplemente empezó a hacerlo desde el otro lado.

El huevo –Humpty Dumpty– está cansado del lenguaje, pero en el fondo sigue dependiendo de él. Como Humpty Dumpty, él y solo él puede decidir sobre el significado de las palabras. El huevo puede renombrar el mundo e inventarlo de nuevo. Sin embargo, como solo él conoce el significado, todo el proceso corre el riesgo de terminar siendo un esfuerzo solipsista radical. Ese día se inventó el mundo. El huevo apareció delante nuestro; de todos nosotros, gente del pasado y del futuro. Peralta Ramos transfiguró el mundo y alteró el universo en Buenos Aires.


Federico Manuel Peralta Ramos junto a su obra.

El abrazo

Victor Grippo. Tiempo, 1991.

03 La cuestión es cómo juzgar sin juicio, cómo pensar sin el método crítico, cómo hablar sin crear un orden que excluya el desorden creado por los sentidos. El juicio y su ejercicio se encuentran instalados tan profundamente en nuestro modo de entender el arte, la cultura, la relación adentro-afuera de cuerpo y mente, objeto y pensamiento, cuerpo y tacto, que parece casi contraintuitivo tomarse en serio la exigencia de dejarlo atrás. La Era del Juicio es la casa de nuestro complejo urbanismo institucional estético, que postula el orden y no el caos como principio de preservación de nuestros objetos y valores. Perpetúa, también, una actitud cognitiva que impide la invención. La Era del Juicio, tomando prestada la expresión acuñada por el historiador Henry Focillon, está marcada por el flujo del tiempo, por la consecutividad.

Pero también es una Era organizada alrededor de la lógica de la trascendencia, un juego de oposiciones entre vida y muerte, creación y no-creación. Una lógica que la filosofía ha intentado muchas veces combatir, especialmente a partir de 1968. Pero Michel Foucault, en su crítica de las instituciones y el poder, es más fácilmente digerible que el último Gilles Deleuze o que Michel Serres cuando se ocupan de la política y la invención. Y el arte y los artistas han estado oponiéndose a la lógica de la trascendencia, estableciendo, por ejemplo, la importancia de no ser creativos. En otras palabras, siendo vitales sin generar vida; siendo vitales sin ver a la obra de arte como una “producción”.

Como la física cuántica, el arte mira a la fotosíntesis para imaginar nuevos modos de pensar el tiempo, la percepción; en otras palabras, el modo en que todo se conecta, manteniendo los valores que aprendimos de nuestro pasado político pero que son incapaces de definir nuestro futuro. Es un futuro que ni siquiera podemos llamar de ese modo, porque no está delante de nosotros ni a nuestro lado sino dentro de nosotros.


Eduardo Navarro. Poema volcánico, 2014.
Petra Cortright. Paisaje, 2009.

Vivir es
Metabolizar

William Wegman. Cacerolas de papas, 1972.

04Durante las décadas de 1920 y 1930, aparecieron diversas investigaciones científicas enfocadas en el entendimiento del metabolismo humano. El aislamiento de vitaminas comenzó en la segunda mitad del siglo XIX; durante los 20, múltiples experimentos explicaron el rol de las vitaminas A y D, y más tarde fueron aisladas las vitaminas C y K. El interés por la dieta tomó una nueva forma y la comida fue redefinida no solo en términos de accesibilidad, clase y tradición sino también de salud y autocontrol. Este interés en las dietas, y en las drogas, es parte de una exploración de las posibilidades de mejorar nuestras capacidades.

El mundo de las drogas se centra en el cerebro, en las posibles transformaciones químicas que nos permitirían explorar ese órgano y, a través de él, el modo en que sentimos el mundo. A primera vista, comparar el surgimiento del interés en las vitaminas y la raw food con las drogas parece no tener mucho sentido. Es cierto que la comida tiene un efecto en nuestro organismo, ¿pero no es ese efecto demasiado lento, una variable a largo plazo, incomparable con el uso de drogas? Sin embargo, luego de casi cien años, este tipo de pensamientos permitió que la comida adquiriese la relevancia social y mediática que tiene hoy. La revelación de la importancia de la comida, no como cocina gourmet, sino como una fuente y un método estructurado de vida, sostiene una extraña pero poderosa relación con todo tipo de experimentos para “liberar la mente”, con los movimientos psiquiátricos y anti-psiquiátricos del último siglo, así como también con el Modernismo, las vanguardias y la idea del control del cuerpo, que para mantener su productividad debe ser alimentado en la medida justa.

La ciencia de la alimentación no solo busca impedir la enfermedad corporal, permitiéndonos vivir más tiempo e incrementar nuestros años productivos. La ciencia de la comida va más allá de los intentos de fortalecer el cuerpo-como-máquina. Busca generar un estado paradójico, en el que el organismo humano no solo es lo suficientemente sano como para trabajar más, sino también lo suficientemente sano como para hacernos sentir que nos encontramos en un estado más allá del trabajo. El cuerpo como un recurso. Si las drogas tratan a la mente como un cohete espacial listo para despegar, escapando del cuerpo dañado, el culto metabólico y los superalimentos proponen un cuerpo capaz de hacer que la mente permanezca.

Esta transformación en el espectro de la influencia de la dieta sobre lo humano es parte de un desplazamiento mayor y radical en nuestro entendimiento de las condiciones estéticas y sociales que determinan nuestra relación actual con el cuerpo y el género. Está definido no solo por una tendencia hacia una mayor libertad sino también hacia un mayor control, que a su vez conduce a la modificación de las nociones de género que son centrales para el arte. Aquí el género no es entendido a partir de la dicotomía entre el hombre y la mujer, sino como un medio inteligente de encarar el problema de la dicotomía entre lo interior y lo exterior. Esto es, el género como un lenguaje que podemos adoptar para comprender las posibilidades de la conciencia; el género como otro nombre del arte.

Mientras que existe un vasto campo de investigación sobre las drogas y las muchas otras maneras de explorar los límites de nuestra mente y su relación con la ciencia, la literatura, la música, y, más tarde, toda otra forma de subcultura, no existe casi nada escrito acerca de cómo estos experimentos bioquímicos tempranos se vinculan con la cultura y el arte. El aspecto de género de este campo también debe ser tenido en cuenta, ya que la historia de las investigaciones sobre alimentación y dieta como modos de alterar la vida es realizada casi exclusivamente por mujeres. Si bien al día de hoy no existe casi ninguna producción artística en forma de raw food o de vitaminas, hay un aspecto no estudiado de la producción artística basada en los mismos principios de este nuevo modo de vida metabólico.


Takeshi Murata. Cíborg, 2011.
Takeshi Murata. Basura callejera, 2012. Captura de video.

La comida y el
Algoritmo Político

Lutz Mommartz. Markeneier, 1967. Capturas de video.

05Mis primeros encuentros con la cocina molecular sucedieron hace ya mucho tiempo. Un amigo me llevó a un seminario en el que se presentaba un huevo cuya yema había sido reemplazada por café con leche. Aunque mi amigo recuerda la historia, yo no estoy segura de que el relato sea exacto. Ni siquiera estoy segura de que fuera el mismo Ferrán Adrià u otro miembro de su equipo quien “cocinó” y presentó esta nueva acrobacia de gusto y tecnología. La memoria, no solo la individual sino también la colectiva, siempre encuentra buenas razones para derrumbar la información objetiva.

El grupo que asistió a la reunión estaba compuesto básicamente por arquitectos, diseñadores gráficos e industriales y desarrolladores web, e incluía también a dos de los equipos publicitarios más importantes del país. Todos quedaron realmente sorprendidos. De todos modos, la sorpresa no tenía nada que ver con la comida como “plato” o evento culinario. La demostración culinaria fue recibida con tanto entusiasmo, confusión y resistencia como cuando surge una nueva disciplina de conocimiento. El huevo que contenía café con leche quizás solo nos fue descrito, pero es una imagen increíblemente poderosa. Produjo entre mis compañeros del seminario una serie infinita de bromas, repetidas una y otra vez, que transformaban los dos elementos originales en cosas como una frutilla con corazón de anchoa y otros cientos de combinaciones. Toda la sociedad parecía, en ese punto, reírse del extremo y pantagruélico juego que los chefs realizaban con la comida. Imaginen: el ADN crudo de un producto animal, el huevo, estaba siendo reemplazado por un elemento cultural, el café con leche. ¡Café con leche! Nuestro desayuno básico había reemplazado al punto de “origen” del huevo y, si bien todavía permanecía protegido como la yema antes que él, había sido incorporado en un elemento consolidado listo para ser engullido de un solo bocado sin consideración, sin pensamiento. La cadena ritual de pequeños gestos familiares, los pasos inconscientes que llevan de la mano a la boca, fueron de golpe reemplazados por un acto sencillo y determinado, tan único como tomar un trago de licor. La coreografía colectiva que cada español realiza todas las mañanas en millones de barras, representando públicamente los mismos gestos al beber su café con leche, súbitamente había sido reemplazada por la precaria substancia de un huevo. Estas transformaciones no tienen nada que ver con la alimentación y mucho que ver con una revolución metabólica que emergió por debajo de la inundación de drogas que había cubierto a España tan inesperadamente como un tsunami. Las drogas no estaban allí únicamente por lo conveniente que era España, por su geografía y ubicación, sino también por el intenso apetito creado inconscientemente por los muchos años de dictadura, que se hacía manifiesto en los años transicionales hacia la democracia. Eran apetitos producto de sentidos que habían sido impedidos de realizar sus funciones normales por demasiado tiempo y que luego habían sido oprimidos por el hecho de que el viejo sistema no se había eliminado ni refutado, sino que solo se lo había dejado morir en soledad. El crecimiento del consumo de drogas, y, luego de su pico, la importancia de la nueva comida, jugaron un rol fundamental en la creación de las condiciones desde las que podría formarse una nueva naturaleza.

Como una reacción metabólica dentro del cuerpo social, este nuevo interés por la comida poseía un carácter sintético distintivo, que no podía vincularse ni con la larga tradición culinaria ni con la burguesía. Al contrario, emergió casi como un movimiento artístico de un grupo independiente. La cocina molecular y las tendencias que la acompañaron fueron de algún modo kantianas, enfocándose no en la comida en sí misma sino en la invención y en cierto tipo de entrenamiento social. Esta cocina tiene como objetivo hacernos comer a todos por la boca y sentir por la nariz de una manera en particular, una meta por supuesto imposible de cumplir. La misma imposibilidad de este objetivo, que una cultura entera pudiera adoptar una actitud profundamente anti-culinaria frente a la comida, la transformó en una propuesta radical que desafió los hábitos de toda la nación. Sugirió que un nuevo período histórico no debería comenzar con los mismos gestos y gustos que el régimen previo. Una comida que no es comida y un conjunto de recetas que son imposibles de compartir son excelentes antídotos para la nostalgia. De un día para otro, una gran parte de la población se acercaba a la comida de un modo completamente diferente y, por lo tanto, se abría hacia nuevas posibilidades acerca de qué y cómo estaba consumiendo.

La nueva comida apareció en un momento crucial en la transformación de un cuerpo eternamente oscilante entre dietas, drogas y anti-depresivos, una transformación que hoy en día nos está llevando hacia un entendimiento completamente diferente de los géneros. La nueva comida y la moda se combinaron para producir formas de deseo y ansiedad que desviaron los apetitos sexuales. En consonancia con el surgimiento de las realidades virtuales y la pornografía online, tuvo lugar un período definido por un tipo de desinterés en las interacciones sexuales, especialmente heterosexuales, lo que permitió una nueva revolución sexual. Ella no solo nos ha dado matrimonio gay y derechos igualitarios, sino también una nueva imaginación en la que el género y sus funciones son también un problema de elección. El género se ha transformado en un aspecto clave de la liberación del cuerpo de la Modernidad, del trabajo y de la productividad (Leistung). La lenta pero firme pérdida de prioridad de la sexualidad cuerpo-a-cuerpo es un proceso metabólico dentro del cuerpo social, que creará el espacio orgánico necesario para esta nueva realidad de género. Esto produce, por supuesto, toda suerte de ansiedades, desde desórdenes alimentarios hasta cirugías extremas. La comida, con su increíble capacidad para transferir a la boca algo de nuestros sentidos genitales, puede compensar exitosamente estas faltas y pérdidas. Como en el período en que se muda la piel vieja antes de la metamorfosis en una nueva criatura cuya forma todavía nos es desconocida, estamos representando nuestra vieja lógica crítico-cultural antes de adquirir una nueva.


Wilfredo Prieto. Políticamente correcto, 2009.