Diario
Ensayos

Las capas del paisaje
O sobre cómo transitarlas

Por Renata Cervetto

Caminata en Pisagua

“Una vez más, de pie, a orillas de este abismo
ejecutado por el hombre.
Somos incapaces de saber toda su historia
Siempre vivida”.

Extracto de “Claveles Rojos”, del poeta chileno Guillermo Ross-Murray

Gestionar desde la geografía. Nuevos desplazamientos es un proyecto de investigación artística y curatorial que Rodolfo Andaur realiza hace cinco años por algunas ciudades de Chile, su país de origen. Para la edición 2017, fui invitada a participar junto a Michelle Sommer, investigadora, docente y curadora en Rio de Janeiro, y Amanda de la Garza, curadora del museo MUAC en la ciudad de México. Cada año, Andaur invita a un grupo de curadores extranjeros a descubrir, interpelar y cuestionar las escenas culturales, sociales y políticas de Santiago, Valparaíso y la región fronteriza de Tarapacá, al norte del país. Esto se desarrolla, por un lado, en una instancia de diálogo e intercambio con artistas locales y visitas a instituciones de distinto tipo, como museos, espacios artísticos auto-gestionados y centros culturales. Por otro lado, implica también una experiencia de viaje colectivo junto a artistas provenientes de Valdivia, Temuco, Concepción, Santiago, Valparaíso y Antofagasta que recorren diversos lugares de la región de Tarapacá, como Iquique, Pisagua, Pica y la fiesta anual de la Virgen de la Tirana. En total, este año el grupo estuvo conformado por 30 personas.

En el transcurso de la semana se comparten desde intensas jornadas de trabajo y diálogo, hasta comidas colectivas, caminatas de variados matices, conversaciones sobre el clima, los árboles de mangos y limones que abundan gracias a la temperatura norteña. Eso sí, los episodios se adaptan siempre al paisaje, incluyendo intensos momentos de introspección bajo cielos siempre estrellados.

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Andaur propone esta experiencia desde una práctica curatorial y de investigación, que se va retroalimentando a partir del intercambio que activa entre los agentes invitados frente a su propia historia y contexto geográfico. La imagen es como una gota de agua que, al caer una y otra vez sobre la roca, termina horadando sutilmente su superficie. Tal es el efecto que conllevan estas experiencias sobre los participantes como también sobre los contextos revisitados.

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El proyecto toma como ejes la comunidad, el paisaje, y el tiempo, problematizando cada una de estas categorías desde la raíz. De cada uno podemos desprender sus componentes: artistas, curadores, sociólogos, investigadores, docentes, vecinos; desierto, arena, sal, bruma, extensión, fronteras, horizontes, olores, piedras, altura. Por último, una larga duración que los envuelve a todos en el presente, pasado y futuro. Cada año, su desarrollo habilita nuevas miradas y agenciamientos sobre una misma región que luego, en algunos casos, se transforman en otros formatos visuales. Este año, por ejemplo, Andaur seleccionó la producción de algunos artistas que formaron parte de este proyecto en años anteriores para invitarlos a la exhibición “Cantos de Tarapacá”, que actualmente se presenta en el Centro Cultural de España en Santiago.

Gestionar desde la geografía es un proceso de reflexión continuo que recomienza constantemente. Las experiencias están latentes y Andaur las va hilvanando en el tiempo a partir de nuevas preguntas e inquietudes, actualizando así un sistema de pensamiento compartido y nómade. Hay también un fuerte componente pedagógico en el proyecto que me interesa recuperar. Los procesos de aprendizaje colectivo y situado se originan a partir de la narración de problemáticas históricas, políticas y sociales que el curador aporta en cada emplazamiento. A largo plazo, esto se desarrolla en un formato de memoria afectiva por los lugares que se transitaron, y la posibilidad de revisitarlos y repensar sus ambiguedades al enfrentarse a un nuevo paisaje. En este sentido, el viaje no sólo se trata de las costumbres y lugares que se conocen, sino en la manera que Andaur propone descubrirlo, lo cual hace toda la diferencia. Su forma de conducir esta experiencia es desde un profundo respeto por la tierra, su historia y su memoria.

En todos los casos, el clima y el contexto geográfico del lugar marcan un ritmo sobre los habitantes que lo atraviesan, ya sea de forma permanente o transitoria, como es nuestro caso. En Pisagua, por ejemplo, la manera de hacernos llegar parte de su esencia fue a partir de una caminata individual y en silencio hacia la cima. Desde allí arriba se podía contemplar la bahía, el cementerio, y el memorial –realizado recién en 2006– en recuerdo a las víctimas encontradas en fosas comunes excavadas allí durante el período de dictadura. A esto se suman las tensiones geopolíticas que aún perviven en varias regiones fronterizas, ya que Pisagua fue territorio peruano hasta la Guerra del Pacífico en 1879. En aquellos años, Pisagua era uno de los principales puertos de comercialización debido el auge del salitre. Años después, al conformarse la región de Tarapacá, se realizó un trazado urbano junto a obras públicas que acompañaron y consolidaron ese crecimiento. Algunas de ellas, como el Teatro Municipal y el Hospital se mantienen en pie hasta el día de hoy, como si fueran fantasmas. La sensación de abandono, material y de la misma historia del lugar, es por demás fuerte y demoledora.

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La materia cruda se convierte en paisaje cuando el hombre la identifica como tal, cuando la interpreta y le da un lugar. Pienso aquí en el gigante de Tarapacá, un geoglifo en forma de hombre con sus brazos levantados, trazado con piedras volcánicas sobre la superficie de la duna en el desierto de Atacama. Su posición es estratégica en relación a la salida y puesta del sol, siendo testigo del viento y la inmensidad, protector y guía. Hasta los paisajes que suponemos más libres, salvajes o despojados son, al mirarlos de cerca, un producto de la cultura. El habilitar un tiempo para procesar, sentir y estar en silencio con uno mismo frente a estos paisajes forma parte de cómo Andaur hace de esta experiencia algo mucho más potente que una mera visita. El elegir esos lugares y recorrerlos cada año con un grupo de personas distinto demuestra cómo la curaduría puede convertirse en un ejercicio catalizador, filosófico, de procesos políticos y sociales que perduran en el tiempo. Su desarrollo acompaña, año a año, a recursos naturales y plataformas culturales que lentamente se modifican, se adaptan, mutan, se desplazan o simplemente reaparecen de otra manera.

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En palabras del curador, quien entiende el desierto como “un lugar de ruptura”, la propuesta de recorrerlo es una “experiencia concreta y física” que marca “el rito de una aventura espiritual”, de despojamiento de uno mismo. Su contexto se encuentra atravesado por el silencio, algo que uno debe encontrar afuera como también adentro de uno mismo. Esto se vive de forma explícita durante la procesión a la Virgen de La Tirana, que realizamos solo algunos de los integrantes del grupo. Cada 16 de Julio, el pueblo de la Tirana recibe a más de 200 mil personas provenientes de todo Chile para el festejo de su Virgen. Esta festividad se puede vivenciar de distintas maneras de acuerdo al momento del día. Durante la mañana y tarde, cientos de personas realizan la caminata hacia la iglesia central. Tras dos horas de peregrinación individual y silenciosa, al llegar al pueblo la música de tambores invade las calles, donde la gente se agrupa para participar de los coloridos bailes y coreografías que realizan cientos de grupos a la vez. Por las calles, a los costados, se agolpa una hilera de puestos con suvenires religiosos, frutas y verduras, artículos para el hogar y comidas típicas, como las sopaipillas de quinoa.

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Por la noche, sin embargo, el panorama es bastante distinto. Al ingresar no por la entrada principal del pueblo sino por atrás, varios campamentos de gitanos e inmigrantes se agrupan para vivenciar el festejo. A lo lejos, en la oscuridad, yace la antigua iglesia donde según el mito fue encontrada la guerrera aymara con su amante español, que dio origen al mito de la Virgen de La Tirana. Esta es otra de las historias que no se cuentan. El origen de esta Virgen se remonta a épocas de la conquista, pero no muchos conocen esta versión de la historia. Mientras tanto, los fuegos artificiales, que empiezan en la víspera del 16, invaden con sus luces el cielo. Al ingresar en camino a la iglesia, las calles se cortan por medio de altares con gente rezando y nuevos grupos de baile que van ingresando camino al centro. De todas las vivencias del viaje, esta fue una de las más intensas. Como si todo lo anterior hubiese sido una preparación para ese momento. Las carrozas nocturnas iluminadas, familias enteras intentando hacerse paso entre las caravanas, todo bañado por un fuerte olor proveniente de la quema de velas y fuegos artificiales.

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¿Cómo atravesar las capas del paisaje? Esta es una de las preguntas que me surgieron estando en una de las tantas caminatas realizadas a lo largo de esa semana. El paisaje no es algo dado ni fijo, varía de acuerdo a cómo uno se para frente a él, cómo se lo recibe y procesa. O, en otras palabras, cómo se lo construye.

La ambigüedad de las fronteras, lo que estas generan en sus habitantes, o cómo un pueblo entiende (o busca entender) su propia historia, son temas de discusión que seguirán reformulándose en futuras ediciones del proyecto, cuando nuevos caminantes vayan en búsqueda de sus propios pasos.

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Renata Cervetto es coordinadora del área de educación de Malba.

 

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