Diario
Exposiciones

Un entramado de sentidos
Por Agustina Muñoz

Una persona que recorre un museo suele caminar erguida y tranquila, más concentrada o más dispersa según el caso y la sala, pero lo suficientemente presente y alerta para no chocarse con otrxs visitantes. Una persona que recorre un museo espera que la información entre mayormente por la vista y que en el mejor de los casos produzca una conmoción sensorial que tome todo el cuerpo. Que genere emociones y pensamientos que probablemente no  hubiera tenido de no haber estado caminando entre esas obras. 

Sin embargo hay algo de todo ese anhelo que un museo tiene, que es frenado precisamente por la atmósfera misma de un museo, por su tono.  Hay una emoción que las obras generan que tiene que  guardarse, controlarse o civilizarse. La persona que recorre un museo es llamada a hacerlo de una manera determinada, con un cuerpo determinado, el cuerpo erguido y la razón –o la emoción racional– como forma imperante de relación. Como si hubiera un salto entre la vitalidad de las obras y la recepción de la misma que un museo habilita. Como si la rebeldía, la transgresión, la búsqueda de otras maneras de relación y vínculo que los museos celebran en las biografías y obras de lxs artistas, no fueran permitidas en el museo mismo. Y esa contradicción, la de las instituciones, es la que nos mueve a pensar y a hacer en un tiempo en el que comprendemos la necesidad de otro tipo de narraciones, de vínculos con las obras, de otras maneras de relación con el mundo y entre y con los cuerpos. Estas narrativas son necesarias para pensar los museos hoy, para que las obras no sean solamente leídas y observadas, sino que puedan ser practicadas.

¿Qué tipo de sentidos pretende despertar un museo?  ¿Qué cuerpo imagina cuando piensa en una persona recorriendo sus salas? ¿Qué presupone que le ocurre a ese visitante promedio?  ¿A qué partes del cuerpo se dirige un museo, a qué cuerpo le habla, de qué manera quiere afectarlo, qué corporalidades imagina cuando invita a que lo recorran?

Trato de recordar si alguna vez ví una persona sentada en alguno de los banquitos de los museos con los ojos acuosos frente a una obra que la haya conmovido, a la espera de que otrx visitante se acerque y lx abrace y quizás también descargue su emoción en un hombro desconocido que le hace de contención y posible refugio. ¡Qué lindo sería! Que los museos se vivieran así, que se entrara a ellos a mostrar la sensibilidad que el afuera nos obliga a guardar, que ahí adentro se pudiera ser plenamente, descontroladamente, emocionalmente, humanamente.  Que la gente entrara ahí a ser junto a otrxs, a dejarse recorrer por experiencias significativas que lo dejaran un poco a la intemperie, como quien recupera algo perdido. Y que el cuerpo ya no pudiera seguir ni tan erguido, ni tan compuesto. 

Un museo como espacio que cobijara las emociones informes, la sensibilidad torpe y desconocida. Porque nos faltan instituciones así, no solamente que  nos acerquen a lxs artistas, las obras y las circunstancias históricas y culturales en las que fueron hechas, sino que nos cuiden para que nos puedan pasar cosas con eso, cosas que no sean solamente pensamientos, vínculos cronológicos, apreciaciones estéticas, sino movimientos internos, desahogos que las obras bien saben hacer aflorar y aliviar. Museos con sus pasillos donde conversar, donde conocer gente, museos que permitan encontrarse.

Los Programas Públicos fueron pensandos para generar precisamente esos encuentros, son como el club de los museos; y eso me entusiasmó cuando me invitaron a ser curadora de programas públicos del Malba durante este primer semestre del 2022. Y enseguida pensé en el cuerpo, el arte en relación al cuerpo como un entramado de sentidos. Y para eso hay que practicar la percepción múltiple –que es un ejercicio–; hay que tomarse el tiempo para que el cuerpo deje de querer controlar todo con la mente, como cuando nos vamos a la montaña y necesitamos unos días hasta que el cuerpo descarga la energía frenética y se entrega. 

De marzo a julio de 2022, el museo cobijará dos exposiciones de arte textil de Perú y de Paraguay, y una muestra, Vida Venturosa, curada por Marita García, que presenta cincuenta años de vida y obra compartida de la pareja de artistas Yente y Juan Del Prete. Es un semestre en el que estas tres exposiciones compartirán hilos afectivos y materiales que iremos desplegando a lo largo de nuestros encuentros. 

En Vida Venturosa se celebra el vínculo amoroso de dos artistas que se acompañaron en el curso de una vida, y que supieron hacer obra con lo que tenían a su alcance: fósforos, cartones, envoltorios de alfajores y retazos de encajes que nadie usaba. Una austeridad ecológica, un amor por el descarte que podría ser una tesis de nuevos materialismos y vínculos con las cosas en tanto entidades cargadas de vida. En un mundo consumista y capitalista, Yente y Del Prete hacían con lo que los rodeaba, y los rodeaba lo que necesitaban, como si nos dejaran como herencia esa mirada maravillada con el mundo, encantada ante lo que hay: todos esos detalles preciosos, tesoros perdidos, y ocultos para la mirada. 

AÓ. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay es una exposición colectiva de artistas del Paraguay curada por Lia Colombino, y Tejer las piedras, una muestra individual de la artista peruana Ana Teresa Barboza curada por Verónica Rossi: dos exposiciones que nos acercan crítica y sensiblemente a asuntos urgentes como el extractivismo, el patriarcado como sistema político totalizante y violento y las culturas de los territorios que componen dos países que son tan cercanos y a la vez tan lejanos como Perú y Paraguay. Lia Colombino habla del tejido como escritura y en ese concepto aparece ya la invitación, la crítica y la celebración de una comunicación no verbal. Ana Teresa Barboza trabaja con técnicas de tejido muy antiguas, acércandose a las mujeres que pueden transmitirle ese saber, recorriendo los territorios donde esos haceres entraman un mundo. Las artes textiles nos ubican necesariamente a pensar el cuerpo en relación a un territorio y sus sistemas de poder, a un tiempo histórico, a las relaciones comunitarias que estos saberes implican y sin las cuales es imposible entenderlos en toda su dimensión y valor. 

Pensar los Programas Públicos para estas tres exposiciones junto al equipo del museo nos implicó pensar el cuerpo y el tiempo. Imaginamos las actividades de este semestre como un abanico de experiencias sensoriales y afectivas que puedan acercarnos a las obras y sus campos de sentido desde un lugar amplio, con todo el cuerpo. Poner a disposición materiales y saberes capaces de llamarnos a hacer y sentir de otras maneras. Donde oír y pensar otras historias y formas de concebir el arte y la vida en relación a diferentes territorios y los mundos que en ellos cohabitan e intentan sobrevivir dentro de un sistema que quiere que todo sea igual. 

La vida venturosa, frondosa y diversa es una práctica colectiva y colaborativa; por eso pensamos los Programas Públicos como una red de personas, prácticas y saberes. Deseamos, como dice el ecologista cultural David Abram en su libro Devenir animal, generar un lenguaje “que abra nuevos sentidos a lo sensorial en toda su multiforme extrañeza; que no nos arranque del mundo de la experiencia directa de las cosas sino que nos meta cada vez más en la espesura de este mundo”. 

Aprehender el arte y las preguntas que nos provoca implica maravillarnos con el mundo y con el misterio que nos propone. Ojalá que algo de todo esto pueda suceder. Y que siga luego, en los caminos que se van abriendo gracias a los encuentros que los lugares como los museos pueden provocar. 

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Agustina Muñoz es la curadora invitada de Programas Públicos de Malba durante el primer semestre de 2022. El programa de actividades puede verse en este enlace