Diario
Literatura

Astucias del proceder
De la escritura en tiempos de comportamientos digitales

Por Rafael Cippolini 

La web es también un baile de máscaras (la imagen no es mía y tampoco reciente: lo sugirió Tomás Maldonado hace muchos años, refiriéndose a los chats). Y esas máscaras parecen no ser más que un tsunami de desbocadas malas escrituras que funcionan como un afrodisíaco diabólico: por eso creo que los tan sobreextendidos trolls no son más que una unidad de medida, y si se exagera apenas un poco, un paradigma de los modos de escribir de esta época. 

Hace más de treinta años Godard afirmaba que el diagnóstico de una “civilización de la imagen” era falso o al menos relativo y tramposo: “se escribe más que nunca”, decía. Para despejar cualquier duda, no hay más que observar a los pasajeros de un subte o un colectivo, incluso a los peatones, con la mirada cautiva en sus pequeñas pantallas de mano, absorbidos por esos collages instantáneos conocidos como whatsapps. 

Malas escrituras que tan poco se parecen a los malos modos textuales de las vanguardias (a las antiguas “malas escrituras”), ni siquiera a las muchas literaturas de jergas y lunfardos (¿acaso nuestra gauchesca no es un Olimpo para las malas y sumamente sagaces escrituras?). Mientras aquellas malas escrituras eran deliberadas, un plan de sabotaje a “los buenos hábitos literarios”, estas malas escrituras actuales son otra cosa, otra verbalidad, idiolectos minados de emoticones que oscilan entre un nuevo tipo de jeroglíficos y pósters para preadolescentes. En estas coordinadas culturales agotadoramente familiares, rastros imago-lingüísticos sin los cuales sería imposible reconocer los paisajes urbanos que habitamos, aquella enseñanza letrada que aprendimos en la escuela resulta por lo menos nostálgica. Todo parece transformarse a pasos agigantados: los kioscos de revistas lucen más como pequeños bazares, acumulación de memoriabilia y juguetería al paso. Sigo añorando un poco aquellas épocas de mi prehistórica infancia en la cual una veintena de publicaciones mensuales me mareaban al momento de elegir la historieta con la que ocuparía las interminables tardes.

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¿Nos preguntamos seriamente qué significa hoy mismo leer? ¿No es un poco impresionante para los que no somos nativos digitales contemplar el vertiginoso espectáculo de esta glaciación de píxeles en la que los enormes dinosaurios llamados medios masivos se evaporan en las redes? ¿Existe algún otro sinónimo para “falta de conexión” que no sea ansiedad?

Y sin embargo, debo atreverme a afirmar que, antropoceno mediante, no pertenezco en absoluto a aquel atávico gremio de los apocalípticos. Incluso siendo la web la más notable e inmediata –por doméstica– cara del Capitalismo actual, hay mucho de todo esto que resulta fascinante. Todavía adeudamos algunas hipótesis un poco más sólidas sobre las relaciones inmediatas entre los lenguajes inclusivos y la Era de las Pantallas de Bolsillo, pero este es el mundo en el que la ficción escrita, los poemas y los ensayos sobreviven. Y acaso sean mucho más que un melancólico placebo.

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Volvamos a las máscaras potenciales. Llamémoslo otra vez anfibiedad digital, escisión entre entornos físicos y digitales, aunque deberíamos mencionar algo más parecido a los modos esquizofrénicos. Un tópico que no dejo de discutir: ¿por qué personas tan encantadoras en vivo y en directo nos parecen tan aborrecibles en las redes sociales y al revés? Y por supuesto me refiero a un fenómeno textual, síntomas que sobrepasan y en mucho a las manifestaciones enunciativas que hace décadas Barthes denominaba mitologías. Si para auscultar las visiones de poder William Burroughs se refería a “una mitología de la Era Espacial”, quizá deberíamos volver a revisar este mutable horizonte textual a partir de una “mitología de la Era Digital”. 

Sigo creyéndolo: nuestros inconscientes emulan a los bits y a los algoritmos, pero seguimos teniendo relaciones carnales con los fantasmas de Gutenberg. Para nuestros hijos y nietos, esos fantasmas ya serán fantasmas a la enésima potencia. Pero la escritura seguirá tan nítida como aquel monolito que espantaba a los monos en la película de Kubrick. 

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Procedimientos: nos referimos a mecanismos de escritura, formas de poner en marcha y de situar y expandir y a la vez contraer formas de escribir. Algo así como inocular un virus –acaso benéfico– dentro de la escritura para que lleve nuestras formas de escribir a ciertos espacios no tan previstos, intentando potenciar y transformar los modos de escribir, generando una suerte de máquina interna a partir de la cual el escritor se transforma en un operario calificado, capaz de imponer su propio estilo a estos mecanismos. 

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La escritura tiene sus propias tradiciones: una enorme cantera de recursos, no por históricos menos efectivos hoy. Claro que los tiempos los condicionan diferencialmente. Prosigamos con la hipótesis –quizá sea bastante más que eso– que señala el momento de “consolidación” de la llamada “literatura de procedimiento” en el escenario de las vanguardias. Procedimientos que son comunes a varias disciplinas (de la escritura a las artes visuales, al cine, a la música, incluso al teatro y las artes del movimiento). Cuando las vanguardias no son más que una herencia, una inspiración, entonces se vuelven una herramienta indispensable, no atemporal pero sí efectiva. 

¿Macedonio Fernández como nuestro abuelo en el arte del procedimiento? Decirlo así no es más que una provocación ¡pero qué provocación más encantadora! El procedimiento parece llevarnos a un más allá de las buenas y las malas escrituras. Quizá se trate de un espejismo o una falacia, pero va dejando un rastro para nada indiferente. 

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Si antes debíamos inventarnos nuevas reglas sin descanso, ahora más que nunca. Los niveles de acumulación de información textual sobrepasan los de cualquier cálculo que podamos imaginar. Por eso no es tan gratuito pensar que los viejos recursos narrativos que nos formaron sin que nos detuviéramos lo suficiente a analizarlos están en condiciones de proporcionarnos muchas más pistas sobre nuestros modos de vivir en sociedad, crear, y actuar en el mundo. Nunca avanzar sobre los modos de escribir fue tan urgente como lo es ahora mismo. 

Recursos, técnicas, procedimientos, abracadabras: el modo en que manipulamos las palabras suele gobernar nuestros modos de vida. Un viejo amigo solía repetir: “escribo para que no me escriban”. No perdamos de vista esta oportunidad. 

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Fragmentos escritos por Rafael Cippolini como parte de la investigación para el curso Las armas ocultas de la escritura. Mecanismos narrativos en los últimos 50 años de literatura argentina, que comienza el viernes 7 de junio.  

 

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