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El soplo de la selva en el arte de Ernesto Neto
Por Florencia Garramuño

“Si los europeos desearon a los indios porque veían en ellos o animales útiles o hombres europeos y cristianos en potencia, los Tupi desearon a los europeos en su alteridad plena, que les apareció como una posibilidad de autotransfiguración, un signo de la reunión de lo que había sido separado en el origen de la cultura, capaces por lo tanto de venir a expandir la condición humana, o incluso sobrepasarla.”

Eduardo Viveiros de Castro, A inconstância da alma selvagem, 2002

La cita de Viverios de Castro resume la potencia cultural que encierran el pensamiento y la cultura amerindia para enfrentarnos a muchos de los problemas de nuestro mundo contemporáneo. El antropólogo discute en A inconstancia da alma selvagem la antropofagia de los indios Tupi, una práctica ritual que se convirtió, a lo largo de los siglos y a través de muchos debates y reelaboraciones, en uno de los conceptos más importantes y persistentes de la cultura brasileña, adquiriendo especial resonancia durante las vanguardias del siglo veinte con el movimiento de la Antropofagia, pero retomada también posteriormente, y de fundamental importancia, en los años sesenta y setenta del mismo siglo. La antropofagia, y el perspectivismo que Viveiros de Castro deriva del estudio de esta práctica dentro del pensamiento de los indios tupi, pero por extensión, de gran parte de los pueblos amerindios, se convierte en una metáfora de interpretación cultural ya no necesariamente atada o circunscripta a estos pueblos sino como posibilidad de una futura humanidad expandida y una propuesta política con una enorme capacidad de perturbación intelectual. Junto con otras reflexiones latinoamericanas que han hecho hincapié en diversas visiones de lo humano desde perspectivas amerindias, como los trabajos de Marisol de la Cadena, o ciertos feminismos mexicanos que han incorporado muy fuertemente ideas y conceptos amerindios, revisan una idea de lo humano concebida sobre moldes eurocéntricos que tiene poderosos – e imprescindibles – efectos sobre nuestra cultura.

Lo cierto es que los pueblos amerindios, a pesar del genocidio sistemático que desde 1492 ha ido diezmándolos, son hoy una fuente de inspiración para pensar algunos de los problemas contemporáneos que acosan a nuestras sociedades de modo más urgente. Condenados a desaparecer ante el avance irrefrenable de la Conquista y la colonización, pero también –como se ha revelado en los últimos años– del capitalismo, el agroindustrialismo y el desarrollismo trasnacional, los indígenas han logrado sobrevivir a la desaparición del mundo tal cual lo conocían. Han sobrevivido a la pérdida de su mundo, y en este otro mundo insisten en formas de vida que no solo no son parte de ese modelo que los acosa, sino que se instituyen en sus contrafiguras más evidentes, ofreciéndonos, también, el ejemplo y el modelo de otros modos de vida más sustentables. En un contexto internacional donde la Amazonia se volvió “la escena emblemática y fantasmática de la crisis ecológica planetaria del “desarrollo” (Bruce Albert), los pueblos indígenas y sus formas de vida nos confrontan con uno de los problemas más acuciantes y apremiantes de nuestro presente: la cuestión de la tierra y de la diversidad, la pregunta por la preservación de aquello que estamos perdiendo, la problematización de la convivencia entre diversidades y alteridades que no dejan de emerger a causa de los desplazamientos forzosos de poblaciones, de las expulsiones de pueblos, de la migración económica, religiosa o ambiental.

No sorprende, por lo tanto, que emerjan en la cultura contemporánea una serie de prácticas artísticas y cuturales que han encontrado en la colaboración con los pueblos amerindios una nueva energía para pensar otros modos de imaginar ya no solo a estos pueblos sino también toda otra minoría extranacional, y que incluso nos obligan a reflexionar sobre el destino mismo de nuestras comunidades contemporáneas y sus posibles futuros: nuestra común sobrevida.

Soplo de Ernesto Neto permite explorar algunas de estos problemas. La retrospectiva incluye sesenta piezas de Ernesto Neto (Río de Janeiro, 1964) producidas desde finales de los años ochenta hasta el presente. Las últimas exhiben la colaboración con la comunidad amerindia Huni Kuin o Kaxinawá, una etnia de más de 7.500 personas que habita parte del estado de Acre en el noroeste de Brasil. En una entrevista, Neto señaló:

“La convivencia con ellos me ha proporcionado un profundo entendimiento de la espiritualidad, de esta fuerza de continuidad del ‘cuerpo-yo’ y del ‘cuerpo-medioambiente’, y también una base estructural ‘espíritu-filosófica’, además de la comprensión de la cual hay mucho que descubrir como humanidad: ¿quiénes somos? ¿dónde estamos? ¿hacia dónde vamos?”

Soplo, en tanto retrospectiva, permite ver una cierta continuidad con algunas fuerzas que vienen estructurando la obra de Neto desde el comienzo: el desarrollo de la escultura influenciado por el “arte ambiental” de Hélio Oiticica pero también por las experimentaciones de Lygia Clark con el cuerpo, la expansión del arte hacia espacios en los que se busca afectar al cuerpo en comunidad, más que al cuerpo concebido como individuo - como en los penetrables-, la construcción de estructuras inmersivas que intensifican la percepción del propio cuerpo en relación con los otros cuerpos – los cuerpos de los otros – y el ambiente en general.

            Las obras producidas a partir de la colaboración con los Huni Kuin resultan en una expansión de estas capacidades del arte escultórico de Neto. En “Oxalá” (2017), por ejemplo, es posible advertir características que no solo denotan su inspiración formal en la cultura Huni Kuin, sino que también incorporan algo del poder de esta cultura por trascender una idea de arte como pura contemplación o fruición estética o sensible. Se trata de un núcleo blanco entretejido de crochet del que salen coronas que los participantes pueden ponerse sobre sus cabezas y que contienen piedras magnéticas que permiten recargar energía. Tanto el crochet, como la inspiración en formas orgánicas que remiten a la naturaleza – cuestionando así una la idea de arte como producción artificial distante, por lo tanto, del mundo natural – y la incorporación de materiales – para apelar, junto con la visión, también al olfato o al tacto– estaban en las obras anteriores de Neto. Pero en “Oxalá” – el crochet se modula según el diseño romboidal de los kene, que según la antropóloga Els Lagrou - que ha estudiado la cultura Kaxinawá - no deberían ser considerados dibujos sino más bien un “vehículo que señala el estar relacionado”. En “Oxalá”, efectivamente, la escultura de Neto propicia la relación entre los diferentes participantes apelando a un cuerpo colectivo, público y social que evoca los rituales Kaxinawás.

            En otras exposiciones, como en la propia Pinacoteca de São Paulo, o en la exhibición de algunas obras creadas en colaboración con los Huni Kuin, como por ejemplo en la Bienal de Venecia, Neto convocó a algunos chamanes que participaron de diversas maneras, con seminarios y charlas explicativas sobre diversos aspectos de su cultura.

            En los años de 1970, Hélio Oiticica había dicho que Tropicália – una de sus obras más paradigmáticas – habría sido “la primerísima tentativa consciente, objetiva, de imponer una imagen obviamente brasileña al contexto actual de la vanguardia y de las manifestaciones en general del arte nacional.” Es esa pulsión que puede verse también en Soplo ahora, lo que en Brasil caníbal llamé de “vocación internacionalista”: la aspiración de colocar al Brasil en el mapa de la cultura mundial que busca proveer al mundo de imágenes brasileñas capaces de elaborar algunos de los dilemas contemporáneos a esas prácticas. Lo interesante y novedoso de Neto es que ahora se trata de colocar allí una imagen poderosa de los pueblos amerindios y de su excepcional capacidad de sobrevivencia.

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El próximo miércoles 12 de febrero a las 18:30, Florencia Garramuño cerrará el ciclo de encuentros "Lectura en tres actos". 

El detalle de la obra "O Sagrado E Amor" (2017) y "Oxalá" (2017) que ilustran el artículo pueden verse en Malba, en el marco de la muestra Soplo, hasta el 16 de febrero.