Diario
Exposiciones

Tres preguntas a Beto Antonio Villa
Por Agustina Muñoz

Antes de presentar su performance Lamento II, organizada en el marco de la exposición Aó. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay, el artista Beto Antonio Villa contesta unas preguntas enviadas por Agustina Muñoz, curadora invitada de Programas Públicos de Malba. La curadora y el artista mantendrán un diálogo en sala al finalizar la performance el próximo 1 de agosto.

 

Agustina Muñoz: ¿Cómo es que se fue incluyendo el tejido en tu obra?

Antonio Villa: El tejido aparece, creo yo, en un proceso más general que venía haciendo con mi obra, sea lo que sea que estuviera haciendo. Yo venía, sobre todo en mi trabajo como dramaturgo, abordando mucho mi mundo personal, de relaciones y los paisajes donde crecí. Pensándolos como paisajes emocionales, como entes vivos con los que se dialoga. También estaba en un proceso de recuperar un campo de sensibilidades que había dejado de lado cuando empecé a estudiar, o a pensarme como alguien que quiere ser artista, y que tenía que ver con intereses de mi adolescencia, y con saberes que me habían sido muy formativos, muy claves, pero que no los había leído así antes: la murga, los malabares, viajar a dedo, el teatro foro, andar en sancos, hacer semáforo, las ferias de artesanías. Dentro de ese espectro, claramente, se me vinieron muchas técnicas que, viniendo de una familia de artesanxs, yo conocía y manejaba en mayor o menor medida. 
En un momento mi obra más performática toma más lugar y empiezo a darle espacio, hasta hace 5 o 6 años la performance para mi era un juego que desplegaba como “pruebitas”, algo que hacía si me invitaban a un ciclo de algo, no sé. No estaban dentro de mi “programa”, suponiendo que eso existiera. Que todo eso empiece a a tomar más carnadura que tiene que ver con mi trabajo más cabal en el mundo del arte contemporáneo; que es un interés tardío en mi, recién a los 25, 26 años empiezo a involucrarme en el mundo de las artes visuales más activamente, hasta ese momento era un espectador interesado y ya. Pero en un momento me doy cuenta de que en esos contextos yo puedo desplegar prácticas más rotas, discontinuas, estáticas, duracionales. Digo esto en relación al teatro, que es un arte con demandas muy específicas en términos de expectación. Vuelvo, cuando toma más fuerza la idea del performance en términos de construcción de prácticas, de entrenamiento específico, etc, me intereso mucho por la escultura y quiero esculpir. Pero no tengo más herramientas para eso que el cuerpo, la materia de trabajo per se de un director de teatro, entonces pensé: hago esculturas vivas, que es algo que sé hacer, que además la gente conoce. No quiero inventar nada, no tengo ese interés. Cuando puedo usar algo que reconocemos, que leemos claramente, me siento cómodo y creo que la comunicación sucede con mayor franqueza y fluye. Entonces pensé que llevar la práctica de la escultura viva a una sala podía ser interesante, y armar una muestra de esculturas en clave estatuas vivientes. En todo este proceso de “vuelta a casa”, en algún sentido, apareció el tejido como un soporte que me era familiar, que podía manejar y que me resultaba amoroso, que hablaba de mi. Así aparece el crochet. 
En mi casa siempre se tejió porque mi mamá es artesana, maneja mil técnicas, y mi tía desde que la fábrica de telas del pueblo cerró, hizo del tejido una pata de su economía. Entonces hay un pivoteo entre el uso más doméstico, los abrigos, las colchas; y también los encargos, el trabajo arduo de tejer para las ferias de invierno, del aniversario del pueblo, etc. Como lo que imaginé era muy ambicioso, y yo no manejo más que puntos básicos y mi ritmo de tejido, que mejoró mucho, era muy de alguien que no teje a diario, me pareció natural pedirle ayuda a mi mamá. Y así empezó todo. La zona más relacional de las obras se dio después, eso tomó una dimensión, para las dos, impensada. Y terminamos exponiendo juntas en arteBA, en el Moderno, en el Subte, no sé, se nos armó un delirio ahí interesante con esa serie de trajes, que fue lo que elaboramos en colaboración. Pero no parto de la hipótesis: colaboración con mi mamá, genealogía de saberes, no. Yo necesitaba alguien que teja bárbaro y mi mamá teje bárbaro. Pero mi asunto en ese momento era más apropiarme de algo con que yo tenía un vínculo muy profundo y que a mi me habilitaba campos sobre los que podía operar sensiblemente. Yo pensaba en una técnica. Después el proceso empezó a hablar y, cuando vi cómo estábamos trabajando, le propuse a Susana que trabajemos en colaboración esas obras.

 

AM: Tu familia teje como parte de la economía familiar, ¿qué sucede cuando ese mismo tejido pasa a ser arte?

AV: Yo pensé al comienzo pagarle a mi mamá por el encargo de un tejido, como ella hace con cualquier persona que le encarga lo que sea: una manta, un poncho, ropa para muñecas, colchas. Y ella empezó muy en plan madre a no querer cobrar, y esas cuestiones. La primera pieza que hicimos presentó muchos problemas, porque yo pretendía conservar la forma del patchwork típico de las frazadas, pero llevado a un traje y los moldes no resultaban. Lo que en principio fue: cada unx teje por su lado cuadrados de esta medida, los juntamos, se cosen y ya, pasó a ser todo un tema porque nunca, ni yo ni ella, habíamos hecho algo así. Y todo además a distancia: Esquel – Buenos Aires. Entonces, videollamadas, encomiendas, compras de materiales. Solo el proceso de la pieza se volvió una colaboración y claramente teníamos que firmarla juntas y lo propuse. Si bien la obra es una performance, no un traje de crochet, el tejido es la superficie sobre la que el ojo se apoya, no es menor. Creo que Susana no entendió bien lo que implicaba firmar una pieza, o no le prestó mucha atención. Me acuerdo que me dijo “bueno después vemos, como te parezca”. Cuando la obra empezó a circular, pasaron cosas de las que tuvo que hacerse cargo: por ejemplo cuando exhibimos en arteBA ese traje le dije que tenía que venir. Lo mismo el año pasado que mostramos la serie completa, que no se había exhibido, en la Semana de las Artes, que implicaba un premio de dinero. Concretamente nosotrxs compartimos las comisiones de lo que se vende o de un Premio cuando trabajamos juntxs, naturalmente. Para mi, que trabajo en esto, no es extraño entender cómo funciona la circulación de un objeto o una práctica en este mercado, pero para mi mamá fue muy sorprendente ver que una pieza tejida que tal vez puede tener el mismo trabajo que una colcha, o que un pedido hecho por una vecina, en este contexto tiene otro valor: simbólico, económico. Susana es docente rural jubilada y artesana, vive en Chubut que es una provincia que está fundida, literalmente.

AM: ¿Cómo resignificás el tejido como herencia?

AV: Desde aquellas primeras pruebas, y hasta ahora, me concentré directamente en saberes que vienen de mi casa, que son un montón. Porque mi hermana también es artesana, y mi cuñado, y mi hermano mayor. Y cada quien fue abriendo caminos y teniendo curiosidades. Yo además soy un hijo muy tardío, entonces vi en mi infancia a mi mamá y mis hermanxs trabajar, hacer feria, parchar, preparar temporadas. En eso muchas veces te pagaban por hacer las cosas más mecánicas: pulseritas, cerrar tejidos, atender el stand, hacer atrapasueños, pelar sauce. Quiero decir, el repertorio es amplio y el tejido es parte de esa genealogía. Lo que lo hace particular, siendo yo un marica, es que se trata en este caso de una práctica netamente femenina, una herencia del mundo de las mujeres. Si lo pienso ahora, debo ser el único varón de mi familia que sabe tejer a crochet y también soy el único marica, a la fecha. Entonces esto también me vincula con una idea de ancestralidad familiar, pero con una sensibilidad queer, con una forma de estar cerca de lo que me hacía sentir más cómodo. Mi Yayi era una tejedora excelente, de hecho quedó ciega los últimos años de su vida y se dedico exclusivamente a tejer. Estoy siendo literal: al principio fue un alivio verla concentrada en algo, cuando ya la ceguera era completa, después empezó a ser un problema la lana, el destino de los tejidos, nadie daba a basto y la Yayi cada vez perfeccionaba más su tejido a ciegas, y había recuperado la prolijidad de su punto y una velocidad arrolladora. Tejía desde que se levantaba hasta irse a dormir, así ocho, diez años. Se iban destejiendo cosas, buscando pulloveres usados en ferias, restos, para darle lana para que trabaje, también le inventábamos necesidades para que ella haga: que quería regalarle una bufanda a una amiga por el cumpleaños, lo que sea. Y mi abuela, mi mamá y mi tía se sentaban a tejer juntas en esa situación tan peculiar de ver que alguien se está yendo y que ese hacer la mantiene acá, atenta, firme, presente. Eso es algo que me marcó mucho, no sé si estoy respondiendo la pregunta. Creo que no. Pero el tejido sí siento que me conecta con una red de aprendizaje familia ancestral (tengo la mantilla que mi bisabuela me tejió al nacer) femenina, que es donde yo siempre como puto de pueblo encontré comodidad, mundo, interés.

 

Más información sobre la performance de Beto Antonio Villa acá

Imágenes: (1) Lamento I, arteBA, 2019. (2) El dragón y la bestia, Bienal de Performance, Córdoba, 2019. (3) Sacrificio I, II y II, Semana de las artes, 2021.

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