29.07.2015

Me acuerdo

Por Laura Alcoba

Estaba en mi casa, en París, en compañía de un viejo profesor de literatura. Hablábamos de La Dorotea de Lope de Vega –del lugar que ocupa la música en la novela, del lenguaje amoroso del cuerpo. De la mirada y de todo lo que se dice a menudo entre líneas, en las burbujas de silencio, cuando los objetos y los gestos toman el relevo de las palabras. En realidad, era él el que hablaba – yo tomaba notas, minuciosamente, volvía a ser estudiante frente a él, impresionada por la erudición del hombre que tenía delante de mí.

De repente, se soltó un resorte en la parte inferior del sillón en el que estaba sentado. Luego otro, produciendo un ruido metálico y sordo a la vez, como la cuerda de un contrabajo que se hubiera roto de golpe. No me atreví a interrumpirlo –pero mientras él seguía hablando, yo veía resortes e hilos de crin vegetal caer en masa al suelo. Un trozo de tela sucia y gastada se despegó entonces, llevándose consigo algunos clavos oxidados, y el viejo sillón terminó vomitando todo su relleno. Recuerdo haber visto al célebre profesor hundirse, como si todo se desinflara debajo de él. Esta vez, estuve a punto de decirle algo –pero permanecí muda, con la mirada fija en el sillón que se iba vaciando. Una vez terminada nuestra entrevista, se levantó y lo acompañé hasta la entrada. No se dio cuenta de que tras su paso el asiento había quedado destripado. Mientras cerraba la puerta detrás del profesor, recuerdo haber pensado en un viejo dibujo animado, Mister Magoo.

Cuando se fue, encendí la radio en la cocina –puse France Inter. Me costaba mucho entender de qué hablaban. Por un momento creí que era una ficción radiofónica. Pero terminé percatándome de que no, las palabras de la radio no eran las de una ficción –entonces encendí la tele y me quedé inmóvil, largos minutos, frente a la pantalla, cerca del sillón destripado. Era el 11 septiembre de 2001.