Diario
Ensayos

Frontera
Por Damián Cabrera

Persistir en el nombre. Desde el primer bautismo, y en una práctica sobre el espacio, cualquier frontera podría suponer un mirar adelante, de frente, y levantarse en oposición, proveer a aquello detrás, que se pretende protegido, de alguna forma de contención frente a un avance, o una proximidad; y en el muro de unas vigilancias autorizar salidas e ingresos bajo amenaza de muerte y expropiación, bajo amenaza de prohibición de ingreso y amenaza de destierro, expulsión. La frontera era, en un principio, un frente de batalla: una trinchera, un muro. El borde extremo de la muralla, ahí donde el filo del brocal corta en dos el resguardo y la caída al vacío, es el límite. Pero, sin muros de Berlín, las fronteras son casi siempre franjas y nunca líneas.

Interrogando las representaciones del espacio fronterizo, para hacer el dibujo de una cartografía de la frontera paraguaya con el Brasil en la literatura, Marina Cantero recoge interpretaciones teóricas que buscan definir la naturaleza del espacio fronterizo. Así identifica estas imágenes, no carentes de espesor poético, en las que se habla de frontera como encrucijada (Gloria Anzaldúa), frontera como puente (Frauke Gewecke) y frontera como no-lugar (Marc Augé). Marina Cantero problematiza la polisemia sutil de la palabra frontera y la arroja a un horizonte menos virtual y más real, asumiendo que ese espacio ambivalente que se da en llamar frontera, es un lugar habitable:


El Paraguay y el Paraná, 1891. Fuente: Imagoteca Paraguaya.

Efectivamente, si el lugar común piensa la frontera como límite (las fronteras geográficas, las fronteras políticas, etc.), las prácticas y relaciones cotidianas entre habitantes de, por ejemplo, dos lugares distintos, reelaboran esa imagen para convertirla en una franja habilitante de tránsitos, intercambios y mezclas. [1]

Precisamente, el río que en la geografía política determina el límite del territorio del Estado, que se representa como limitación, como un impedimento simbólico para el tránsito, es también, sin embargo, la frontera a través de la cual se producen cruces, intercambios: el río es un puente.

(El río es sublime. Fuente de alimentos, los cuerpos de los paseros se nutren con la carne de los peces que pueblan el río. La energía proporcionada por el alimento será empleada para un trabajo: por ejemplo, hacer cruzar por el río las mercaderías que le den el sustento, es decir, el pan).

Pues bien, si el río delimita en el mapa las fronteras políticas, las fronteras económicas y las fronteras culturales tienen otras configuraciones. El límite, en el caso de la cultura, está mucho más acá de la geografía política del Paraguay –ese animal retraído que se repliega frente a una presencia (la colonial) y que se presenta en transformación, es decir en resistencia–.

En la encrucijada, la frontera de las lenguas es aún más difusa, pero se expresa en tanto fronteriza en expresiones del habla coloquial, en una polifonía que es mientras se transita por el mercado: esa coexistencia de sonidos heterogéneos que es Ciudad del Este a la hora de comerciar y aun de enamorarse. Y en la literatura que por veces se hace de congestiones léxicas, de puras mezclas que nada significan literalmente, pero cuya pura forma significa oblicuamente, a través del gesto, la naturaleza de la frontera.

La vigilancia fronteriza se da, como el recurso del nombre, en diversos planos de significado y materialidad. Así como para el comercio las policías ejercen un rígido control sobre mercaderías que transitan la frontera, los autoritarismos culturales también fijan las representaciones clausuradas de las imágenes que repiten y proyectan como las únicas autorizadas y legítimas, negando inclusive su constitución múltiple; aun así y al margen de estas vigilancias –como una expresión de la misma configuración sistémica– es posible el contrabando imperceptible en las producciones simbólicas y, también, debajo de la lengua, traicionando la autoridad. Como sea, el contrabando de un lado a otro del río tiene consecuencias diversas.

(Y pensás en la música: hay una coexistencia de sonidos en la lengua pero también en otros lenguajes. La música fronteriza es diversa y susceptible de interferencias mutuas. El sertanejo brasileño se nutre o reinterpreta las polkas y guaranias paraguayas; nuevas fórmulas de la polka se nutren del sertanejo. Y contrabandeadas a través y a lo largo de mil fronteras, las cachacas y cumbias, en jopara y aún en portuñol son hoy ritmos con los que los paraguayos hacen su fiesta).

La palabra frontera, en su etimología, remite a una verticalidad, pero es posible pensar esa franja como algo horizontal (pero ¿no es también el horizonte el círculo que contornea?). Más preciosa es la palabra orilla, que del latín ora (borde, extremo, límite, costa) está basado en os, oris (boca, voz, entrada, abertura). Cierre y a la vez abertura, la palabra está emparentada con otras como oráculo, orificio y oración. [2] Las tierras de borde son carreteras de dobles, de múltiples sentidos: y en el extremo Este del Paraguay hay una abertura para el ingreso y para la salida. Hay ahí una boca simbólica (que puede ser boca pero también cualquier otro orificio del cuerpo) para una penetración: pero la penetración es siempre ambivalente, pues el miembro que penetra es a la vez penetrado en el interior de un cuerpo, por fluidos y afectos. La palabra también es penetrada: hay en esa cópula un intercambio de fluidos, pero sobre todo de flujos de sentido que tornan el nombre inestable.

Jacques Derrida reflexiona, a partir de la obra de Paul Celan, sobre una palabra, Schibboleth, y las ideas e imágenes, los gestos implicados en ella:

Multiplicidad y migración de lenguas, sin duda, y en la lengua misma, Babel en una sola lengua. Schibboleth marca la multiplicidad en la lengua, la diferencia insignificante como condición del sentido. Pero al mismo tiempo la insignificancia de la lengua, del cuerpo propiamente lingüístico: sólo desde el lugar puede adquirir sentido. Por lugar entiendo tanto la relación con una frontera, el país, la casa, el umbral, como todo sitio, toda situación en general a partir de la cual, prácticamente, pragmáticamente, se anudan las alianzas, se establecen los contratos, lo códigos, las convenciones que dan sentido a lo insignificante, instituyen contraseñas, pliegan la lengua a lo que la excede, la convierten en un momento de gesto y de paso, la hacen pasar a segundo plano o la “rechazan” para reencontrarla. [3]


La ruta de Trinidad, 1872-1873. Fuente: Imagoteca Paraguaya.

La frontera es un espacio ambivalente entre dos posiciones de territorio, y esto vale tanto para una geografía política como para una cartografía de los muchos poderes, y aun del sentido en la lengua, en las palabras cuya significación está marcada por el lugar. La forma que es la palabra tiene una base inestable, parpadeante, que en su pulsar es susceptible de cambio. Acaso como el sentido en el lenguaje, el espacio fronterizo está signado por inestabilidades y movilidades cuyos momentos fuertes de significados son siempre expresiones posibles en un lugar y en una fecha, según los sujetos y las fuerzas que permiten su apariencia: ausentes estos momentos, estas instancias y sus fuerzas, las expresiones del espacio cambian, asumen nuevas formas, así como el sentido.

Es por eso que las metáforas de la frontera la describen en claves múltiples: la frontera se expresa de formas múltiples, según sus condiciones y según quién la mire. Así la frontera como no-lugar es análoga a la descripción foucaultiana del espacio heterotópico, un espacio que puede ser radicalmente otro o un espacio destinado a desaparecer: inestable; ahí donde es la multiplicidad, hay incompatibilidades compatibilizadas: “Por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser incompatibles”. [4] La frontera como puente habla de la posibilidad de tránsitos. La frontera como encrucijada habla más de cruces antes que de tránsitos: de la posibilidad de una marca, la impresión que la tensión intensísima puede dejar sobre un cuerpo, las múltiples crisis e interferencias posibles, felices o infelices.

Y ahí aparece ante vos, y tu fecha y las fuerzas que te acorralan, la Triple Frontera en sus puentes, la fijeza inestable de sus lugares, y sobre todo en su encrucijada. Y volvés a la orilla. Si se ha dicho que la palabra límite es ineficaz para nombrar estas secciones en apertura/cierre, y si etimológicamente la palabra frontera, también – en tanto su etimología nos remite a la idea de frente –, alude a una verticalidad, como un muro, ¿qué otra belleza más eficaz podemos pretender más allá de la palabra orilla? Seguramente muchas otras, pero he ahí un lugar para pensar.

 

Notas

1. Cantero, Marina. Cartografías de frontera. Asunción: Viento Fuerte. 10 de diciembre de 2014. Disponible en http://www.vientofuerte.com/news/2014/12/10/cartografias-de-frontera/
2. Así, los orifícios del cuerpo, todos los orifícios del cuerpo, son fronteras de entrada y salida.
3. Derrida, Jacques. Torres de Babel. Julia Barreto (trad.). Belo Horizonte: Editora UFMG, 2006. 
4. Foucault, Michel. "Utopías y heterotopías", Revista Fractal, 1966.

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Damian Cabrera es escritor, investigador, docente, gestor cultural y curador. Licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional del Este (2009) y Máster en Filosofía del Programa de Pos-graduación en Estudios Culturales de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la Universidade de São Paulo (2016). Actúa en las áreas de lengua, literatura, fronteras, arte, política y cultura. Participó del seminario Espacio/Crítica. Integra el colectivo Ediciones de la Ura, la Red Conceptualismos del Sur (RedCSur), el Grupo de Investigación Estudos Culturais: Identidades e Cultura Política de la EACH-USP, y la Asociación Internacional de Críticos de Arte capítulo Paraguay. Coordina el Departamento de Documentación e Investigaciones del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro. Es autor de la novela Xiru (2012). Fue coordinador de actividades de la Fundación Migliorisi/Colecciones de Arte y la Biblioteca Cervantes del Centro Cultural de España Juan de Salazar en Asunción.

Este texto forma parte del ensayo “La consistencia del polvo”, publicado originalmente en Valiente, Cynthia, De Souza Moreti, Fátima & Cardoso de Faria e Custódio, Raquel (eds.). Po(éticas) e políticas do Caribe andino ao Grande Chaco. Florianópolis: Editora Insular, 2016.

La serie El tejido del pensamiento recopila una selección de ensayos que abordan desde diferentes perspectivas muchos de los asuntos presentes en las exposiciones Tejer las piedras y Aó. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay. Una manera de seguir pensando en conjunto, de compartir referencias y de poblar nuestro imaginario de preguntas e imágenes para enriquecer y desafiar nuestra mirada del mundo.

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