Diario
Exposiciones

Las criaturas mitológicas de Madalena Schwartz
Por Edgardo Cozarinsky


Madalena Schwartz. Dzi Croquettes: Carlinhos Machado, ca. 1973.

1. La Quimera. Al sudoeste de Asia Menor, en la escarpada, boscosa península llamada Licia por los griegos, se alza un monte que desde la antigüedad posee más de veinte cráteres, aperturas de diámetro diverso de donde emana, permanentemente, gas metano que se inflama en contacto con el aire. La región es hoy parte de la Anatolia turca, y en turco se la llama Yanatyaş: rocas ardientes. Estas fuentes de fuego surgen todas sobre el lado de la colina en cuya base sobrevive el templo de Hefesto. Plinio el Viejo y Fotius citan a Ctesias, quien dio por primera vez su nombre al monte: Quimera.

2. El fuego. Para Anaximandro de Mileto, el origen de todas las cosas es el ápeiron (τὸ ἄπειρον), lo indefinido, lo indeterminado. De él empiezan a separarse substancias opuestas entre sí, y cuando una prevalece se produce una reacción que restablece el equilibrio. Para Heráclito de Éfeso, en el origen están la contradicción y la discordia: “La guerra es el padre y rey de todas las cosas” (fragmento 53). Solo del conflicto puede surgir la armonía. Lo indefinido de Anaximandro es para Heráclito el fuego: siempre cambiante, inasible en su metamorfosis. “Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego, eternamente vivo, encendiéndose y apagándose” (fragmento 30).

3. La bellezza medusea. Del fuego supo Pandora, la de la caja (ánfora en la antigüedad) depósito de toda catástrofe. Pandora será la primera belle dame sans merci (Keats), el origen de toda bellezza medusea (Shelley vía Mario Praz). La creó Hefesto –en la mitología griega, el dios del fuego, el metal y la metalurgia, la forja y la artesanía, dios escultor, conocido como Vulcano por los romanos–, un hijo cojo de Zeus. Sin maestro que le enseñase, sus extraordinarias creaciones sorprendieron incluso a los dioses: milagrosas armas y armaduras, objetos que se movían por sí mismos, primitivos robots... Zeus le pide que modele una imagen de gran belleza y le infunda vida. Hefesto obedece: su criatura es Pandora, a quien Prometeo entrega el fuego, robado a los dioses. Más tarde, Hefesto ordena a Hermes que la haga depositaria de todo bello mal, es decir del mal que el hombre, enceguecido por su belleza, no perciba como tal.


Madalena Schwartz. Hannelore, ca. 1976.

4. La crisálida. Las crisálidas (del griego chrysos, χρυσóς, "oro") son las formas más vistosas que puede adoptar la larva en su metamorfosis hacia el estado de imago. Durante el proceso, la mayoría de las crisálidas de mariposa se cuelgan de un pedúnculo sedoso producido por la oruga –llamado «cremaster»–, y se ocultan entre el follaje para protegerse. Muchas mariposas nocturnas, por el contrario, suelen ser oscuras y prefieren enterrarse en el suelo o envolverse en un capullo. Si los capullos se abrieran antes de que se completara la evolución, provo- carían la muerte de la crisálida.

5. Las hijas del fuego. Me estoy acercando a lo que hay de sagrado en las criaturas que Madalena Schwartz fotografía. Evocan a esas “hijas del fuego” que celebró Nerval. De la crisálida, tienen el carácter de instante fugaz, de momento captado en el curso de una metamorfosis. Del fuego, el devenir incesante. De la quimera, la condición mitológica que roza lo humano sin dejarse apresar por sus categorías. Como la sirena, son criaturas mitológicas deseables, no temibles como la Hidra de Lerna o la Gorgona. De allí que su nombre haya pasado a designar toda ilusión.

6. Lo sagrado. “Mis Quimeras perderían su encanto si fuesen explicadas, si tal cosa fuese posible; concédaseme al menos el mérito de la expresión, la última locura que me queda será la de creerme poeta: cabe a la crítica curármela” (de Gérard de Nerval a Alexandre Dumas, dedicándole sus Hijas del fuego). Nerval reivindica para sus poemas ese misterio que está en la base de todo mito, en la letra de todo texto sagrado, en el origen de toda religión. Sabe que para el confesor, como más tarde para el psicoanalista, la palabra que explica, ordena e ilumina es utilitaria, terapéutica. Y solo el silencio que respeta el misterio al no nombrarlo es sagrado.


Madalena Schwartz. Persona no identificada, años 70.

7. Lo imaginario. En las “hijas del fuego” que fotografía Madalena Schwartz me atrae que su metamorfosis desdeñe toda superchería. Una cara calcinada por una purpurina metálica como por lava volcánica convive con un torso velludo. El rostro azorado que enmarcan crines al viento corona un pecho chato. No hay usurpación de la feminidad sino cita de lo que es, a la vez, superfluo y privativo de lo femenino: el maquillaje que desrealiza, el vestuario ajeno a toda puesta en escena verosímil de la persona: una estética del show business. El escenario para el que se preparan minuciosamente estas criaturas no existe (aunque en la realidad se hayan presentado en muchos) más allá de lo que las gobierna: lo imaginario. Son metáforas del deseo.

8. La metamorfosis. El camarín, lugar de la paciente transformación de la crisálida, es el escenario preferido por Madalena Schwartz: la peluca ya ensayada sobre el cuerpo desnudo, aún no recubierto por los signos de la identidad imaginaria elegida; sobre todo el trabajo ante el espejo, largo momento de placer en que se pone a prueba la capacidad de cambiar; también el maquillaje mutuo, solidario. De ese laboratorio surgirán la cándida soubrette de vaudeville, o los monstruos de alguna fantasmagoría expresionista. La brutal luz de escena, aplicada a primeros planos, lejos de destruir la ficción, la confirma: estas criaturas viven en la es- cena, para la escena.

9. Exceso y austeridad. Dos de estas crisálidas me conmueven particularmente. La más inesperada acumula excesos de peluca, plumas, ojeras, costume jewelry y un minúsculo perro faldero para acentuar los estragos de la edad. Con impunidad ha elegido por personaje el negativo grotesco del glamour que persiguen, y obtienen, las otras. Su creación pertenece al ámbito de una teatralidad con- sagrada: llega a ser la más perfecta encarnación de La Folle de Chaillot. Otra, la más discreta, entrega a la cámara una mirada absorta, pómulos esculpidos por la luz, un esbozo de sonrisa que parece el recuerdo de una sonrisa, sombreros cuya fantasía no viola la noción mundana de elegancia, y en el maquillaje algunos toques discretos de (una idea de) feminidad. Sobreviene el milagro: convocado, acude el fantasma de la Dietrich.


Madalena Schwartz. Dzi Croquettes: Bayard Tonelli, ca. 1973.

10. Fuera de la Historia. Dejo a otros el análisis del momento histórico, la crónica de la sociedad en que surgieron estas criaturas. No lo desdeño, sencillamente no me interesa. Nada tienen en común con los toscos remedos de mujer que en la noche de París deambulan por el Bois de Boulogne y que, al amanecer, heridas por la primera luz del día, se refugian en los zaguanes que rodean la estación de tren de Plaza Constitución en Buenos Aires. Para mí están fuera del tiempo y del espacio. Son hijas del fuego original, criaturas mitológicas. Como la quimera inasible, escapan a toda definición: son puro devenir, chispa surgida del
conflicto entre una identidad abandonada y otra ilusoria, efímera, deslumbrante.

11. La alegría. Madalena Schwartz ha sabido capturar los más elusivos matices por los que atraviesa la metamorfosis. Puede tratarse de un desborde de mímica, de serena satisfacción, de desafío o complicidad: etapas en que la crisálida se prepara para renacer, en que celebra su ingreso a una vida nueva. En la explosión de alegría con que avanza hacia la cámara, una crisálida pletórica de strass festeja que ha logrado levantar vuelo por encima de toda realidad cotidiana: su mayor triunfo.

12. La derrota de Freud. El joven Freud pasó un año en Trieste, dedicado en gran parte a la disección de anguilas en el intento de determinar su sexo y su modo de reproducción. La incógnita ya había preocupado a Aristóteles y a Plinio el Viejo, a quienes inspiró las más fantásticas hipó- tesis. Años después de que el sabio vienés fuese derrotado por los misterios de la ictiología y se consagrara a los del inconsciente humano, se supo que la anguila nace hermafrodita y solo al madurar realiza el viaje casi inverosímil desde el Mediterráneo o el Báltico hasta el mar de los Sargasos, en cuyas profundidades define su género solo para el acto de la procreación, muere, y su cría cumple la proeza de volver a aguas europeas. Entre las cualidades que los clásicos atribuían al hermafrodita estaba, bajo la aparente fragilidad, la de una resistencia sobrehumana.

13. Retrato de la artista como mujer libre. Vuelvo a Heráclito: también el choque cultural libera energía creativa. Pienso en esta artista admirable que no conocí, mujer nacida tras el ocaso del imperio austro-húngaro, llevada por los azares de la historia a una Argentina que por entonces se quería reflejo de Europa, y que descubre en su madurez el Brasil como solo un europeo puede verlo si depone las antiparras de la antropología, si se permite escuchar el diálogo de culturas, entregarse a la música, no temer a la sensualidad. Madalena Schwartz renació a una vida que no había soñado en su Budapest natal ni en su Buenos Aires adoptado. La alegría, el estallido de vitalidad que nos regalan sus fotografías los compartió, sin duda, con sus modelos, estas “crisálidas” que supo retratar en toda su libertad y fantasía, porque sin duda fue ella misma una mujer libre.

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Edgardo Cozarinsky es escritor y cineasta. Nació en Buenos Aires en 1939. Es autor de Vudú urbano (cuentos y ensayos), Nuevo museo del chisme (ensayo y relatos), La tercera mañana (novela) entre muchos otros libros. Su filmografía es muy extensa e incluye, entre otras, las películas Guerreros y cautivas y Ronda nocturna.

Este texto fue originalmente publicado en Crisálidas, de Madalena Schwartz (IMS, 2012) y reproducido luego en el catálogo de la exposición Las metamorfosis. Madalena Schwartz (IMS-Malba, 2021).

 

 

 

 

 

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