Regina José Galindo
El gran retorno
Ciudad de Guatemala, 2019

El gran retorno

por Idurre Alonso

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
—Antonio Machado, Cantares

Para atrás ni para tomar impulso
—Dicho Popular

En el 2019 Regina José Galindo contrató a un grupo de 45 músicos profesionales para llevar a cabo su obra El gran retorno. Durante el performance la banda realizó un recorrido por el centro de la Ciudad de Guatemala, tocando marchas militares desde el Ministerio de la Gobernación al Palacio Nacional, dos lugares de un importante significado político. La artista iba al frente dirigiendo el grupo con un bastón blanco, pero en lugar de caminar hacia el frente, la banda caminaba hacia atrás. En contraste con el atuendo llamativo lleno de adornos y de colores que habitualmente llevan los integrantes de bandas musicales, el grupo iba vestido de negro, convirtiendo lo que suele ser un evento festivo en una especie de acto fúnebre. Hay una contradicción continua en la acción, en su movimiento y su visualidad, que induce a la confusión y también produce el desasosiego de ver que algo no se desplaza siguiendo su curso natural.

El performance habla metafóricamente del retroceso socio-político que afecta a Guatemala pero que también estamos viviendo a escala mundial. Esa sensación de estar deshaciendo un camino, de ir en regresión, que provoca, por ejemplo, ser testigos de la crisis de la democracia acechada últimamente por el auge de la extrema derecha, los fake news, la corrupción y las crecientes desigualdades. La historia reciente de Guatemala añade a esta lista sus propias problemáticas: un conflicto armado de treinta años con 200.000 muertos (1960-1996), en su mayoría indígenas,  que nunca fue resuelto por la justicia, la violencia trepidante de las maras, los asesinatos de mujeres, el poder de los grupos religiosos conservadores y un gobierno corrupto tras otro.

El retorno no es solo un retorno sino también, como el propio título recalca, un “gran” retorno, notable y grave, en el que todos nos vemos afectados. Tiene sentido, entonces, que Regina idease una pieza de características colectivas, con un número significativo de participantes, realizada además en el espacio público. Sin embargo, no era la primera vez que la artista hacía en un performance un recorrido por su ciudad. En una de sus primeras piezas, ¿Quién puede olvidar las huellas? (2003), Regina caminó desde la Corte Constitucional hasta, nuevamente, el Palacio Nacional, dejando marcas de sus pisadas, que realizó con sangre humana. La obra aludía a la memoria de las víctimas del conflicto armado en Guatemala, y fue creada para mostrar rechazo a la candidatura presidencial de Efraín Ríos Montt, militar golpista asociado con el genocidio indígena a través de la política conocida como Tierra arrasada. Habían transcurrido entonces apenas siete años de la firma del tratado de paz y el uso del espacio público podía asociarse a la apropiación de la ciudad como símbolo y necesidad de recuperación de la libertad. El realizar los performances en las plazas y parques centrales de la capital ofrecía también la oportunidad de acercarse físicamente a los órganos políticos e institucionales a los que apuntaban las obras.

Regina no fue la única artista que en la primera década de los 2000 introdujo los performances en el centro de la Ciudad de Guatemala. En el año 2000, en su obra Tiempo y libertad, Benvenuto Chavajay se presentó atado y tumbado en el suelo de la Plaza de la Constitución junto a varios cangrejos, igualmente amarrados, sobre un plástico con los colores de la bandera de Guatemala. La imposibilidad de movimiento sobre el símbolo nacional y el uso de los cangrejos no sólo eran una referencia a la dificultad de avance, sino también a una regresión social, si pensamos en la forma de caminar de los cangrejos. En ese mismo año, Aníbal López produjo 30 de junio, una acción llevada a cabo durante el desfile militar en conmemoración del día del ejército. El artista distribuyó sobre el pavimento donde el desfile iba a transcurrir varios sacos de carbón, en alusión a las aldeas arrasadas durante el conflicto. La comitiva organizadora trató de limpiar el carbón, pero los pedazos quedaron entre las grietas del suelo y las pisadas de los militares esparcieron el polvo negro a lo largo de su recorrido, como si esa memoria manchada fuese imposible de borrar y estuviese intrínsecamente ligada a todo aquello relacionado con el mundo militar.

El gran retorno utiliza también un desfile y las calles de la ciudad, pero se plantea desde una concepción a gran escala que no se encuentra en los primeros performances de la generación de artistas de finales de los 90 en Guatemala, grupo que incluye a Jessica Lagunas y Sandra Monterroso, además de a la propia Regina, Chavajay y López. Las diferencias son claras cuando se analiza la obra de Regina en su totalidad: en la mayoría de sus trabajos la artista se enfrenta sola a situaciones que ponen a prueba sus límites mentales y psicológicos, imitando o causando violencia sobre sí misma. Cuando en El gran retorno Regina desecha la violencia en primera persona para adentrarse en generar una especie de “espectáculo público” totalmente contradictorio, el performance no resta eficacia: al contrario, sigue señalando poderosamente  una realidad frustrante y un mundo que se desploma, desde una perspectiva más universal. En su continua paradoja, el final de El gran retorno nos lleva al principio de la historia, al Palacio Nacional, kilómetro cero de Guatemala, lugar desde donde nacen todos los caminos.

Un mapa sobre la piel

por Arnoldo Gálvez Suárez

Si no fuera por mi rabia
que insiste en pelar colmillos
se diría que no existo
—Regina José Galindo, Telarañas

En el centro de la ciudad de Guatemala, a pocas cuadras del Palacio Nacional y la Plaza de la Constitución, se encuentra el edificio de Correos y Telégrafos. El rasgo que lo distingue es el emblemático arco de ese estilo neocolonial que tanto fascinaba a los militares que gobernaron el país desde 1871 y que, con el mismo esmero con que se recortaban el bigote, acarreaban —encadenados y a culatazos— niños, mujeres y hombres indígenas a las fincas de café, mientras mandaban a levantar edificios públicos, cuarteles y cementerios. El Arco de Correos es una de las muchas estructuras con pretensiones de trascendencia que ordenó construir el general Jorge Ubico, el dictador que gobernó Guatemala durante catorce años (1930-1944). Poca gracia le habrá hecho a Ubico, un violador consuetudinario de mujeres, sobre todo adolescentes —quien quisiera congraciarse con él y obtener sus favores sabía que la manera más eficaz de hacerlo era ofrecerle una víctima en sacrificio, así fuera su propia hija—, que cinco décadas después de haber sido derrocado, una mujer utilizara “su” edificio como plataforma desde la cual gritar con rabia poemas que después arrojaba al viento. Era el año 1999 y la artista que se colgó del Arco de Correos con lazos y arneses se llama Regina José Galindo. La imagen y el nombre no sólo fueron reproducidos en todos los medios de comunicación, sino quedaron grabados en la memoria de quienes atestiguamos ese acontecimiento que resignificaba el espacio público: Correos dejó de ser lo que había sido para convertirse en el arco del que se colgó Regina (Lo voy a gritar al viento, performance, 1999).

Guatemala era entonces un país que recién despertaba de una larga pesadilla —unos cuantos números bastan para calcular las dimensiones del horror: doscientos mil muertos, cuarenta y cinco mil desaparecidos, un millón de desplazados, cuatrocientas masacres y un número similar de aldeas que fueron borradas del mapa—. Tres décadas de guerra llegaban a su fin gracias a la firma de la paz entre el gobierno y las guerrillas. Pero a pesar de las libertades ganadas, algunos artistas y escritores como Regina vieron al recién nacido proceso de paz con cierta cautela: el abrazo entre unos señores muy viejos y muy uniformados no bastaba para arreglar un país, y décadas de terror no podían borrarse firmando documentos oficiales. El mismo año en que Regina se colgó del Arco de Correos, los guatemaltecos, azuzados por los sectores de siempre (los más reaccionarios, los más matones, los usufructuarios históricos de fortunas y privilegios en defensa de los cuales se cometió una de las más atroces carnicerías del continente) votaron en contra de las reformas constitucionales que eran necesarias para asfaltarle el camino a la paz. Ese mismo año, sobre el cuerpo desnudo de Regina se proyectaron titulares de la prensa que daban cuenta de las violaciones y otras brutalidades cometidas contra mujeres en esos últimos meses del siglo XX (El dolor en un pañuelo, performance, 1999). Había ya un carácter anticipatorio en la naciente obra de Regina, consciente de que las buenas intenciones políticas —si es que alguna vez las hubo— no alcanzan para levantar un dique que frene el río subterráneo de violencia. Si El dolor en un pañuelo volviese a ser mostrado hoy, no habría perdido un milímetro de vigencia: a veintidós días del mes de enero de 2021, se había asesinado en Guatemala a veintitrés mujeres. Más mujeres muertas que días en el calendario.

Rituales para sublimar el trauma

Desde entonces, en el transcurso de veinte años, la obra de Regina José Galindo ha sido oráculo, denuncia y crónica cotidiana de un país y una región acostumbrados a coleccionar atrocidades. Y aunque también es verdad que en muchas ocasiones su atención se ha ocupado de asuntos que trascienden fronteras, su punto de vista parece estar siempre aquí, enterrado como ombligo inevitable en esta orilla del mundo. Sus temas, además, continúan siendo obsesiva, incansablemente los mismos: la violencia y la injusticia, la exclusión y la desigualdad, las innumerables maneras en que los seres humanos somos capaces de prodigar dolor.

No existen —ni nos interesa buscarlos, ni nos hacen ninguna falta— indicadores para medir esa noción ampulosa, proferida por todo el mundo menos por los propios artistas, del “poder transformador del arte”. Sin embargo, cada vez que un nuevo horror se suma a la colección, volteamos hacia Regina para ver cómo lo interpretó ella, qué luces éticas nos puede arrojar ese nuevo símbolo que ha creado. Una vez superada la cuadrícula temática con que se pretende clasificar cada uno de sus performances, lo que prevalece en ellos son cuestionamientos en una sola dirección: la ética. Y como tales nos interpelan y nos agobian en idénticas dosis. Aquí algunos ejemplos, apenas una muestra mínima de una obra vasta y compleja: en el año 2003, la Corte de Constitucionalidad autorizó ilegalmente la inscripción como candidato a la presidencia del general golpista Efraín Ríos Montt quien, diez años después, sería encontrado culpable por un tribunal guatemalteco de haber cometido el delito de genocidio en contra de la población maya-ixil en 1982. Armada con un recipiente lleno de sangre humana, Regina recorrió la distancia que separa la Corte de Constitucionalidad del Palacio Nacional. Cada tanto sumergía los pies en el recipiente para ir dejando tras de sí, sobre el concreto agrietado de las calles del centro, huellas de sangre en memoria de las víctimas de la guerra (Quién borrará las huellas, performance, 2003). En el día internacional de la mujer del año 2017, cincuenta y seis niñas fueron encerradas y quemadas vivas dentro del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, un refugio para menores de edad a cargo del Estado donde sufrían toda clase de abusos, incluida la explotación sexual; los propios monitores que debían protegerlas decidieron ignorar los nueve minutos de gritos y mantuvieron cerrada con llave la puerta de la habitación donde se quemaban las niñas. Murieron cuarenta y una. A la fecha no se ha condenado a los culpables. Regina y otras cuarenta mujeres, incluidas algunas madres de las víctimas, se encerraron dentro de una estrecha habitación donde gritaron durante nueve minutos. Las fotos y el audio que quedaron como registro de la obra son devastadores (Las escucharon gritar y no abrieron la puerta, performance, 2017).

Aunque toda su obra parte de sí misma y es su propio cuerpo —sus vísceras, su piel, sus movimientos respiratorios—, el fondo y la forma del arte primordial que crea, Regina no pierde el tiempo mirándose el ombligo. Su obra parece surgir del deseo —a lo mejor para siempre insatisfecho— de romper la condición insular de su propio cuerpo para fundirse con ese otro cuerpo mayor del cual formamos parte todos. Cada uno de sus performances es rito para sublimar nuestros traumas, un conjuro para volver transparente la oscuridad.

Los pasos retrocedidos

Desde hace algunos años, ciertas voces autorizadas vienen advirtiendo, cada vez con mayor alarma, que la democracia, ese régimen en el cual la sociedad elige a sus representantes, que se organiza para la búsqueda del bien común, donde se respetan los derechos individuales y se le ponen frenos institucionales al abuso y la arbitrariedad; ese régimen, que hemos dado tan por sentado en los últimos treinta años —aunque en el largo trazo de la historia sea más bien una anomalía—, se encuentra en explícito y desvergonzado retroceso. En regiones como Centroamérica, tal retroceso ha dejado imágenes inolvidables: en febrero de 2020, el joven presidente de El Salvador, Nayib Bukele, recordándonos que lo millennial no quita lo autoritario, irrumpió en el Congreso escoltado por militares visiblemente armados con el objetivo de torcerle el brazo a los congresistas para que le aprobaran un préstamo. Dos años antes, el presidente de Guatemala, Jimmy Morales, que había llegado al poder de la mano de militares retirados provenientes de los años más oscuros de la guerra, expulsó del país a la comisión de Naciones Unidas que investigaba casos de corrupción —en algunos de los cuales él y su familia estaban involucrados—. Lo hizo en cadena nacional y, para inyectarse la estamina que le faltaba, se hizo acompañar por el alto mando del ejército: una imagen que los guatemaltecos no veíamos desde los años ochenta. Ese mismo año, en Nicaragua, la policía asesinó a cientos de personas que manifestaban en contra del régimen del comandante Daniel Ortega, ese fósil de la guerra fría, y de su esposa, Rosario Murillo. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos había acelerado la tendencia: sus mentiras, exabruptos y berrinches autoritarios no solo profundizaron la polarización y debilitaron las instituciones de su propio país, sino también respaldaron y alentaron a muchos aspirantes a dictador del signo ideológico que fuera y en distintas partes del mundo. En América Latina, el ejemplo de Jair Bolsonaro es inmejorable. Como si lo anterior no fuera suficiente, las restricciones impuestas para controlar —o pretender controlar— la pandemia del Covid-19 hicieron retroceder la democracia incluso en aquellos países cuyos habitantes parecían tenerla codificada en su propio ADN. Según el Global Democracy Index, una investigación anual del semanario británico The Economist, en 2020 la democracia retrocedió en un 70% alrededor del mundo. “La pandemia de coronavirus ha provocado un enorme retroceso de las libertades democráticas, lo que llevó el marcador promedio del índice a mínimos históricos”, dice el informe. Es como si el autoritarismo hubiese estado siempre allí, agazapado dentro de una gaveta en todos los despachos presidenciales del mundo, esperando el momento oportuno para saltar y recuperar lo que le había sido arrebatado.

Echando mano de la economía de recursos que caracteriza su obra, de su capacidad para crear metáforas transparentes y directas, Regina José Galindo imaginó un performance cuyos movimientos y sonidos capturaron el pulso esencial de los tiempos que corren. Una banda conformada por cuarenta y cinco músicos profesionales, interpretan marchas del repertorio marcial guatemalteco mientras marchan de espaldas y en retroceso desde el edificio de la policía hasta el Palacio Nacional —un recorrido similar al de Quién borrará las huellas, lo cual nos provoca pensar que la obra de Regina es también un itinerario y un mapa de símbolos trazados sobre la piel de la Historia—. Y al frente de la banda, con un gesto entre reconcentrado y altivo, se encuentra Regina, batonista y directora de esa puesta en escena de nuestro retroceso hacia la boca de un lobo que ingenuamente creíamos muerto. El registro en video del performance es desconcertante, toma tiempo darse cuenta de que no estamos viendo imágenes en rewind (El gran retorno, performance, 2019).

Hasta aquí, la obra habla por sí misma y no necesita mayores comentarios. Conviene, sin embargo, detenerse en algunos de los elementos micro simbólicos que la conforman para terminar de dimensionar su complejidad. En primer lugar, los sonidos. Si algo resuena en nuestra memoria compartida —y esto a lo mejor se extiende hacia todo el continente— son los necios martillazos de las marchas militares. En Guatemala, esos bronces y redobles se convirtieron en la música oficial del poder desde los años de la reforma liberal, a finales del siglo XIX, y cuando no nos recuerda a los niños obligados a salir marchar el día de la independencia, nos recuerda generales de profuso bigote, papada de batracio y el pecho bañado en condecoraciones, anunciando amenazas extranjeras, celebrando golpes de estado o invocando al espíritu santo en cadena nacional. El recorrido de la banda que convocó Regina, cuyos músicos mostraron una gran destreza para marchar de espaldas sin perder el brío, comienza en el histórico edificio de la Policía que hoy es además la sede del Ministerio de Gobernación. El edificio fue alguna vez el convento de la orden franciscana, cuyos bienes fueron expropiados por los mismos “liberales” de 1871. A partir de entonces, el interior de sus muros albergó, durante las siguientes décadas y hasta bien entrado el siglo XX, a la más variopinta colección de psicópatas uniformados. El ejemplo perfecto de tales individuos acaso sea el Coronel Germán Chupina Barahona, jefe de la policía durante el gobierno del General Romeo Lucas García (1978-1982). En el vestíbulo de ese mismo edificio de donde ahora parte la marcha en retroceso de Regina, Chupina mandó colocar seis o siete marimbas, con sus respectivos intérpretes, para que la música, durante las horas del día en que se recibían visitas, ocultara los gritos de quienes estaban siendo torturados en los sótanos. El itinerario trazado por Regina continúa por la Sexta Avenida, arteria vital y punto de encuentro de la ciudad, recorrida cada 15 de septiembre por los pasos redoblados de esas bandas escolares que aún no se atreven a marchar de espaldas. En algún momento, poco antes de llegar a su destino final, Regina y su banda pasan al lado del sitio en donde fue asesinado el líder estudiantil Oliverio Castañeda De León por órdenes del Ministro de Gobernación de Lucas, Donaldo Álvarez Ruiz —célebre, entre otras brutalidades, por haber tenido salas de tortura en los sótanos de su propia casa—. Hay allí una placa conmemorativa del suceso que los transeúntes apurados no se detienen a mirar. Se abren puertas insospechadas cuando Regina ritualiza el espacio público: no tramitó ningún permiso para llevar a cabo la marcha y, sin embargo, la policía tampoco hizo preguntas. En cambio, detuvo el tráfico en algunas esquinas para que el desfile continuara “sin novedad”. Así hasta que llegaron al final del trayecto: el Palacio Nacional —hoy apellidado, con involuntario cinismo, “de la cultura”—, el edificio en el que Jorge Ubico, el mismo dictador que ordenó construir el Arco de Correos y que fue derrocado por la revolución de 1944, habrá soñado con terminar sus días rodeado de laureles y colmado por la gratitud de su pueblo.

El gran retorno es un recordatorio de nuestro desamparo. Marchar hacia atrás, de espaldas, parece ser una ceremonia de la resignación. El ánimo triunfal, casi festivo de la música, no hace sino profundizar, por contraste y con ironía, el desconsuelo. Ojalá esta vez no termine de acertar el carácter anticipatorio de la obra de Regina. Ojalá El gran retorno no sea más que una advertencia. Mientras tanto, continuaremos celebrando el incómodo magnetismo de esta artista y esta obra que no admite tibiezas.

 

Stef Arreaga
Periodista e investigadora

Vive y trabaja en Ciudad de Guatemala. Desde muy joven se involucró en temas políticos y sociales. Comenzó a trabajar como periodista en temas principalmente de desalojos de tierras en el norte del país. Actualmente hace investigación periodística, en donde ha trabajado temas relacionados a memoria histórica, minería, extractivismo, megaproyectos, monocultivos, despojo de tierras, criminalización y desnutrición, sobre todo comunidades que históricamente han sido golpeadas.

Stef Arreaga cubrió como periodista la presentación de El gran retorno en 2019, y enmarca el acontecimiento dentro del contexto del último año de gobierno de Jimmy Morales en Guatemala. Arreaga describe el retroceso que significó el aumento de la corrupción, la represión y los femicidios en ese momento, tanto en el país como en la región. Recuerda, además, que el Palacio Nacional –el edificio frente al que concluyó la performance– se encontraba en obra, destacando que las telas negras que lo cubrían exacerbaron el efecto de la acción.

“El retroceso social era ejemplificado por la acción de Regina José Galindo. Es una expresión del retroceso a través del arte. Es una expresión que critica al gobierno y la situación, no solo de Guatemala, sino también de otras partes del mundo”.

Avelino Sala
Artist and Curator
He lives and works in Madrid.

His work as an artist has led him to question culture and society. From a jarring perspective, he relentlessly explores the social and political imaginary. His projects exploit art’s ability to generate spaces of experimentation that give rise to new worlds.

Eugenio Merino
Artist and Curator
Eugenio Merino lives and works in Madrid.

Solo shows of his work include Home Sweet Home at ADN Galería (Barcelona, Spain, 2017), Here Died Warhol (UNIX Gallery, New York, 2018), Aquí Murió Picasso at the Alianza Francesa (Málaga, Spain, 2017), and Sons of Capital (UNIX Gallery, New York, 2016). His work has been exhibited in museums and biennials in the Americas, Europe, and Asia.

Avelino Sala y Eugenio Merino tomaron contacto con El gran retorno a través de su registro en video y publicaron un dossier sobre la pieza en la revista española Sublime, de la que son editores. Ambos destacan la relevancia política de la pieza en el presente, marcado por el ascenso de ideas totalitarias en países de diferentes regiones. En este sentido, consideran que la pieza funciona como una metáfora del retroceso de las democracias contemporáneas. Señalan, además, la transgresión que significa que el desfile dirigido por Regina José Galindo haya sido realizado por músicos militares de carrera.

El gran retorno habla muy explícitamente de una suerte de retroceso de la propia democracia, en el que coinciden las ideas de poder, represión, iglesia y Estado como una especia de totum revolutum. La pieza también nos lleva a un espacio de rebeldía y lucha contra la corriente”.

Ver revista Sublime 2020 (PDF) >

Rossina Cazali
Curadora e investigadora independiente

Vive y trabaja en Ciudad de Guatemala. Realizó estudios de arte en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Directora del Centro Cultural de España en Guatemala de 2003 a 2007. Curadora de bienales internacionales y exposiciones en distintos puntos de Latinoamérica, Estados Unidos y España. Ponente en encuentros teóricos convocados por dOCUMENTA 12 (El Cairo, Egipto, 2010); Royal College of Art (Londres, 2009); Independent Curators International, New Museum of Art (Nueva York, 2012). Recibió la beca John Simon Guggenheim para investigación (2010); Premio Prince Claus por su trayectoria como curadora y escritora (Amsterdam, 2014); beca de investigación de la Fundación Júmex (México, 2017).

Rossina Cazali explica la relación que existe en Ciudad de Guatemala entre los desfiles militares y las marchas religiosas. Ambos ocurren en el espacio común configurado por sus avenidas principales, en cuyo entorno se ubican grandes edificios históricos que en muchas ocasiones son el soporte material que mantiene el recuerdo de un pasado signado por la represión y la violencia institucional. Para Cazali, El gran retorno es un reclamo de ocupación del espacio público frente a los retrocesos constantes de la sociedad guatemalteca bajo el orden militar.

“Las obras de Regina tienen la capacidad de recordarnos muchos acontecimientos que han sucedido en este país, pero también el negacionismo de las infamias que se han cometido a lo largo de muchas décadas”.

José Luis Ovalle
Músico y docente en formación musical

Vive y trabaja en Ciudad de Guatemala. Se ha desempeñado como especialista músico del ejército de Guatemala por 20 años desempeñándose en la banda de música de la brigada militar Mariscal Zavala, la Banda Sinfónica marcial del ejército de Guatemala y diversas orquestas de marimba. Su rol fue fundamental para organizar a los músicos que participaron de la performance y la selección de las piezas musicales.

José Luis Ollave ofició como director del grupo de músicos de El gran retorno. Relata su formación en la escuela militar y como miembro recurrente de la Banda Sinfónica marcial del ejército de Guatemala. Destaca que la mayoría de las marchas que interpretaron durante el desfile fueron de autores guatemaltecos y la sorpresa que le causó que Regina José Galindo le informara que debían hacerlo marchando hacia atrás.

El gran retorno fue una gran experiencia. Fue algo inolvidable para todos los músicos que participamos, porque nunca se había hecho una marcha caminando hacia atrás”.

Archivo 1 >
Antecedentes y tradiciones

"El 15 de septiembre se conmemora en Guatemala el día de la independencia. Se celebra cada año por medio de actos cívicos y desfiles de corte militar, protagonizados por jóvenes estudiantes pertenecientes a bandas escolares de diversos colegios y escuelas de todo el país.  Este año 2021, Guatemala cumple 200 años de una falsa independencia que fue orquestada por la clase criolla y los españoles en Guatemala sin tomar en cuenta a la población. Guatemala, doscientos años después sigue sufriendo todo tipo de despojos y explotación. Guatemala jamás ha sido libre". —Regina José Galindo

TRADITIONAL BANDS

Military band of the Colegio San José de los Infantes in a parade in front of the Palco Presidencial (2019)

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Meeting of school marching bands. Participants: Colegio San Sebastián, Colegio San José de los Infantes, and Colegio Católico San Pablo

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Colegio Liceo Guatemala military band marching down Sexta Avenue in Zone 4 of Guatemala City

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Independence Day in Guatemala, a number of school bands marching down Sexta Avenue in Guatemala City

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Baton twirlers in school bands marching on Independence Day

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Military march played by a religious-military band inside a Catholic church

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Banda marcial interpretando la marcha El Soldado durante procesión del Señor de Esquipulas del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Zona 1, Ciudad de Guatemala

MARCHES AND MUSICIANS

During the performance, the band played the following military marches, most of them Guatemalan, but some from the United States and one from Chile: Soldado guatemalteco, Amor patrio, Escuela politécnica, Estrellas y barras, Emblema nacional, Tema de bajos, Adiós al séptimo de la línea, and Caballero cadete 6.40.

The participating musicians were: Byron Avendaño, Cristopher Borrayo, Felipe Cach, Claudio Cach, José Luis Ovalle Chejas, Javier Arana, Daniel Velásquez, Julio Mendez, Juan David Brito, Juan Pablo Arrecis, Alan Lutin, Rodrigo Flores, Carlos Pedroza, Ferdy Franco, Polanco, Jossy de León, Vitalino Hernández, Alejandro Xococic, Mori Lagos, Manoy Portillo, Ronald Galindo, Santos Hernández, Daniel Ruiz Santos, Pablo Esquivel, Gabriel Borrayo, Ramiro Antonio Adqui, Joxi Jiménez , Darwin Vásquez, José Sazo, Edgar Orozco, Mario Alorego, Marvin González, Mario Enrique Muñiz, Luis Estuardo Prado Reyna, Pablo González, Mario de León Shuba. The conductors were Kevvine Urías and Christian González.

These low-resolution photos taken by musicians show archival material from the Escuela de Músicos Militares Rafael Álvarez Ovalle, a school for military musicians. They were used as a guide in the performance.

Archivo 2 >
Registro de la acción

ENSAYO

Previamente a la performance, los 45 músicos profesionales, la productora Mishad Orlandini y el equipo de filmación integrado por Ameno Córdova y Pepe Orozco se reunieron con la artista para realizar un ensayo general, que sucedió en el parque Hipódromo ubicado al final de la Avenida Simeón Cañas de la zona 2 de la Ciudad de Guatemala. En el ensayo se determinó la formación de los músicos, las marchas que se tocarían a lo largo del desfile y los tiros de cámara para la documentación de la acción. El ensayo fue vital para la exitosa realización del performance ya que fue allí donde los músicos supieron que tenían que marchar hacia atrás y pudieron practicar el gesto sin problema alguno.

PREPARATIVOS DE LA MARCHA

Momentos de nerviosismo y últimas instrucciones dadas frente al edificio de la Policía Nacional antes del inicio de la performance.

ACCIÓN

Una banda de 45 músicos profesionales realiza una marcha en reversa por las calles de la Ciudad de Guatemala mientras interpreta marchas marciales.

Producción: Mishad Orlandini.
Asistente de producción y fotografía:
José Oquendo.
Cámaras: Pepe Orozco, Javier Herrera, Sebastián Porras Sáenz.
Drone: César Chavarría.
Edición: Pepe Orozco Recino.
Sonido directo: Ameno Córdova.
Sonido: Marco Samanie.

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Documentos y reseñas

BOCETOS E IDEAS

Notas personales del cuaderno de apuntes de Regina José Galindo. Allí, la artista planificó la acción y jugó con distintos títulos posibles. También realizó bocetos sobre la formación de los músicos y su posición en el desfile.

TEXTO DE LUIS DE LIÓN

De cierta manera, este texto dio origen a la idea de El gran retorno y refuerza la obsesiva idea de la artista de recuperar la memoria histórica de su país natal.

PUBLICATIONS IN THE SOCIAL NETWORKS
AND EL PERIÓDICO IN GUATEMALA.

Archivo 4 >
Hilo de tiempo, 2012

"Hay que ir hacia atrás en el hilo del tiempo para encontrar la razón de tanta muerte y encontrar así la vida.

El cuerpo pasivo permanece completamente oculto dentro de una bolsa tejida color negro (tipo bolsa de cadáveres). El cuerpo activo del público tuvo la libertad de ir deshilando la bolsa tejida a lo largo de la acción, al mismo tiempo que iba descubriendo el cuerpo oculto, con vida, que permanecía pasivo dentro de la bolsa.

Hilo de tiempo es una acción que nos remite a la decena de cuerpos asesinados que aparecen día con día en países como Guatemala o México. Cuerpos anónimos, despojos humanos dentro de grandes bolsas de basura negras, que aguardan a ser localizados, reconocidos, dignificados".

—Regina José Galindo

HILO DE TIEMPO
Performance y registro en video. 18'.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México. 2012.

Producción: Doris Difarnecio,
Caleb Duarte Piñón.
Cámaras: Mia Eve Rollow, Thomas Erling, María Jiménez Romero.
Edición: José Enrique Juárez.
Fotografía: María Jiménez Romero, Lydia Reich, Cecilia Monroy Cuevas.
Comisionado y producido por Centro Hemisférico de Performance y Política en Chiapas y EDELO casa de arte en movimiento y residencia intercultural.

Esta pieza dialoga temáticamente con El gran retorno y fue incorporada a la Colección Malba en 2019 gracias al aporte del Comité de Adquisiciones del museo.

Ver en Colección Malba >