Tapa del catálogo de la Semana de Arte Moderno, con ilustración de Di Cavalcanti.

Entre el 11 y el 18 de febrero de 1922, en el marco de las celebraciones por el centenario de la independencia brasileña, un grupo de artistas, arquitectos y escritores organizó la Semana del Arte Moderno en el Teatro Municipal de San Pablo. El evento consistió en una exposición que incluyó más de cien obras plásticas junto a tres sesiones nocturnas de música, danza y literatura. La Semana del Arte Moderno constituyó un momento de manifestación colectiva y pública a favor del arte moderno y en oposición a las corrientes neoclásicas que, como en otras partes del mundo, imperaban en Brasil desde el siglo XIX.

Entre los participantes se destacaron los pintores Anita Malfatti, Di Cavalcanti, Ferrignac, John Graz, Vicente do Rego Monteiro y Zina Aita; los poetas Guilherme de Almeida, Mário de Andrade, Menotti Del Picchia y Oswald de Andrade; los escultores Victor Brecheret, Wilhelm Haarberg e Hildegardo Velloso; y los pianistas Guiomar Novaes y Ernani Braga, que interpretaron piezas de Heitor Villa-Lobos y del francés Claude Debussy. Provenientes de distintas corrientes y escuelas, los unía la idea de romper con el conservadurismo en el que se encontraba el arte de su país. De modo general, todos reclamaban por una mayor libertad de expresión y por la abolición de las reglas tradicionales de representación. 

En una conferencia dictada el segundo día, el poeta Menotti del Picchia refleja ese espíritu a través de su exaltada defensa de una estética de fuerte inspiración futurista: “Lo que nos reúne no es una fuerza centrípeta de identidad técnica o artística. La diversidad de nuestros estilos pueden verificarse en la complejidad de las formas practicadas por nosotros. Lo que nos agrupa es la idea general de liberación contra el faquirismo paralizado y contemplativo que anula la capacidad creadora de los que todavía esperan ver levantarse el sol detrás del Partenón en ruinas. En nuestro arte, queremos luz, aire, ventiladores, aviones, reivindicaciones obreras, idealismos, motores, chimeneas de fábricas, sangre, velocidad, sueño. Y que el rugido de un automóvil, en la ruta de unos versos, espante de la poesía al último dios homérico que, anacrónicamente, se quedó durmiendo y soñando, en la era de la jazz band y del cine”.

Las ideas de ruptura ya circulaban desde comienzos de la década de 1910 en textos de revistas y exposiciones, entre las que se destaca la “Exposición de Arte Moderno” de Anita Malfatti, de 1917, que sirvió para terminar de conectar a varios de los artistas. La Semana de Arte Moderno recogió ese legado y funcionó como un espacio de catalización y encuentro en el que resurgió con nueva fuerza.


Emiliano Di Cavalcanti. Seresta, 1925.

Si bien durante la Semana de Arte Moderno no se llegó a producir un único lenguaje moderno o un programa consistente, algunos de los temas que la atravesaron marcaron la agenda cultural brasileña de las décadas siguientes. Fundamentalmente, durante esos pocos pero decisivos días, se puso en primer plano la necesidad de imaginar una estética moderna propia –y por lo tanto diferente a la europea– a través de un regreso a las raíces de la cultura popular del país.

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Del lunes 14 al jueves 17 de febrero, y a cien años de su realización, Malba propone revisitar la Semana del Arte Moderno a través de las Jornadas Antropofagia Revisitada, que presentan un variado conjunto de actividades virtuales y presenciales junto a especialistas locales y brasileños.

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