Un tiempo fuera del tiempo
Por Patricio Guzmán

En ese momento lo único que yo quería hacer era filmar. Filmar la realidad sin perder tiempo. Yo venía saliendo de una escuela. Traía mucha energía y tenía los ojos llenos de imágenes. Era un cineasta en su "punto de partida". Tuve la suerte de encontrar algunos recursos financieros y rápidamente formé un equipo. Teníamos una cámara de 16 milímetros, dos reflectores portátiles y una grabadora de sonido. Disponíamos de suficiente película en blanco y negro. Lo que más nos impresionó, los primeros días, fue la rapidez con que Allende desencadenó los cambios. Nosotros estábamos acostumbrados a la lentitud de la vida pública chilena. Yo me acuerdo que los presidentes de la república anteriores nunca nos habían impresionado. Eran unos tipos bastante agrios. Trabajaban lejos de la gente, a puerta cerrada, en la oscuridad del palacio. Ahora ocurría todo lo contrario. Los hechos se producían delante de nuestros ojos. Empezó una especie de aceleración de la Historia. El país se despertaba, se movía. Para participar no había más que salir a la calle. Todo estaba cerca y ocurría al lado de uno.

Los periódicos publicaban grandes titulares:

"Empiezan las relaciones diplomáticas con Cuba".
"Avanza la expropiación de los monopolios textiles".
"Mañana: nacionalización del acero".
"Pasado mañana: nacionalización del salitre".
"Expropiados los latifundios mayores de 40 hectáreas".
"Los bancos pasan al estado".
"El cobre será chileno".

Allende no perdió ni un minuto. Empezó a cumplir con su programa a las pocas horas de tomar el poder. Durante los primeros 12 meses creó una situación de prosperidad efectiva entre las masas, que no tenía precedentes, gracias a un aumento de la producción y la incorporación de millones de pobres al consumo. Nunca antes había habido tanta gente que tuviera un poco de dinero en el bolsillo. Allende creó una situación de bienestar real entre los más desfavorecidos. Dos años después mantenía el 43,4% de los votos. A finales de 1971 la derecha estaba estupefacta, paralizada, sin poder dar crédito a lo que veía.

Miles de trabajadores, de empleados, obreros, gente del campo, funcionarios de la clase media, vivían un clima de movilización cotidiana. Familias enteras salían a colaborar. La gente descubrió que la participación estaba al alcance de quien la deseaba. Se creó la sensación de que el gobierno era colectivo y que la solidaridad era necesaria. Día tras día la gente salía para apoyar las decisiones de cambio, acompañados de su familia, con guaguas, niños, perros, en viejos camiones, a pie, en bicicleta, a caballo. Las calles se llenaron de ciudadanos que se reían solos. Era un tiempo "fuera del tiempo". Era el momento para soñar, para cumplir los anhelos, aunque precariamente. Para muchos campesinos la Unidad Popular era una simple bandera roja, una foto de Allende o una banda de músicos.

Nosotros, como jóvenes cineastas, estábamos desbordados. No alcanzábamos a filmar ni el 10 por ciento de lo que ocurría. Corríamos de un lado ara el otro. Se producían cientos de acciones cerca de la cámara. Nos parecía que la realidad florecía. Había homenajes, asambleas, fiestas por doquier. Los domingos los parques estaban llenos. Se escuchaba buena música por la radio. La "nueva canción chilena" entregó los mejores títulos de su historia. Las voces de Víctor Jara, Ángel Parra, Inti-Illimani Quilapayún, llegaron a su punto máximo de difusión, junto con el rock chileno de Los Jaivas.

En aquella época yo tenía 31 años. Mis colegas del equipo tenían 18. Éramos militantes o simpatizantes de la izquierda, cada uno con sus matices particulares, y nos habíamos lanzado a la mayor aventura de nuestra vida. Filmábamos a diario, incluso los fines de semana. Vivíamos con los ojos abiertos moviéndonos sin parar. El equipo se componía de tres personas: Toño Ríos con la cámara, Felipe Orrego como sonidista y también jefe de producción, y yo como realizador. Nos desplazábamos a 60 kilómetros por hora en mi viejo Citroen 2 CV. A veces viajábamos a algunas ciudades, como Valparaíso, Calama y Lota. Teníamos una pequeña oficina en la Escuela de Artes de la Comunicación (que era nuestro productor). Era una habitación vacía llena de periódicos. Leíamos todas las publicaciones de la época para estar al corriente. Filmábamos especialmente en los barrios industriales, pasando a veces por el palacio de La Moneda, el Parlamento, los Tribunales. Casi siempre almorzábamos en los comedores de las fábricas.

Antes, durante toda mi vida, yo nunca había tenido contacto con la clase obrera. Mi madre y yo pertenecíamos a la pequeña burguesía arruinada que vivía en los barrios anónimos de Santiago. Yo nunca había conocido el mundo de los trabajadores, de los sindicalistas, de los militantes. Ahora convivíamos con ellos. Nos mezclábamos en su vida diaria y nos pasábamos las horas filmando en los talleres. Eran gente con experiencia y autoridad; tenían una gran facilidad de palabra. En las reuniones y asambleas el lenguaje que se escuchaba parecía sacado de una película rusa. Hoy en día, no queda ni rastro de aquella cultura proletaria.

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Fragmentos extraídos del diario de filmación del director Patricio Guzmán, escrito en 1972 durante el gobierno de Salvador Allende. El texto completo fue publicado con el título "Chile era una fiesta. Notas del diario de filmación de El primer año" en la revista Cinémas d'Amérique Latine nº 21, 2013.   

Durante todo febrero, Malba Cine tendrá el privilegio de exhibir la obra de Guzmán prácticamente completa, incluyendo algunos títulos de escasa o nula circulación previa en Argentina.

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