En esa feliz bisagra que habilita el videoarte, donde puede convivir la experiencia personal, el devaneo filosófico, la memoria y sus deformaciones, el flash y la libertad autoral, Sofia Victoria Díaz concibe esta obra que mezcla ética y estética en un objeto minimalista y experimental.
Este es el film más auténticamente psicotrónico que le tocó protagonizar a Leblanc. La trama es múltiple. La diva está casada con Francisco de Paula, que es director de cine y está filmando una película indescifrable, alternando mujeres sensuales y malambo.
La identidad travesti, una manera de nombrarse que escapa las lógicas binarias y blancas, también es una forma de ocupar el espacio, de pensar las relaciones afectivas y de construir modos de vida en comunidad.
Es muy curiosa esta mezcla de opereta musical y film de aventuras. En parte porque recurre al viejo truco del crossdressing para burlarse de los arquetipos machistas, pero también porque su realización es incomprensible en el contexto del cine soviético más difundido.
Este film es la demostración cabal de que el talento de Lorre trascendía en mucho los límites que le imponía la industria norteamericana.
Comienza de un modo engañosamente simple, con una serie de anécdotas más o menos pintorescas sobre el carácter del director y su costumbre de humillar a sus estrellas delante de todo el equipo.
El viejo truco del valioso testigo en peligro al que hay que transportar en tren, en este caso por media Europa y en plena guerra fría.
Mientras se escucha el himno nacional, un vertiginoso montaje de imágenes de archivo resume los momentos políticos más importantes del siglo XX desde una constante siniestra: la muerte civil provocada por la policía y las fuerzas armadas.
Carrera mortal
Esta película futurista de carreras de autos es también un comedia negra que parece fetichizar el mundo tuerca del mismo modo que J. G. Ballard lo hacía en su novela Crash publicada tres años antes.
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