Al promediar el siglo diecinueve, se habló por primera vez de fotografía pictórica (Pictorial Photography); la conjunción de esas dos palabras incompatibles tiene que haber sido para la gente un escandaloso oxímoron, análogo a la música callada de San Juan de la Cruz o a los nightmares of delight de Chesterton. ¿Cómo admitir una rivalidad o una alianza de la eterna pintura y de la advenediza fotografía, cómo suponer que una armazón furtiva y endeble, servil como un espejo y mimética como un mono, incapaz de omitir o de preferir, pudiera amenazar la supremacía del ojo humano, de la diestra humana y del ya legendario pincel de Apeles, tanto más admirable cuanto más perdida su obra? El debate, enunciado así, admitía una sola contestación que era costumbre formular con palabras irónicas o coléricas. ... Seguir leyendo