Diario
Literatura

Tres preguntas
a Veronica Stigger

Curadora de la muestra El útero del mundo en el Museo de Arte Moderno de San Pablo

¿Cuáles son las principales tesis y mecánicas de trabajo con las que concebiste la exposición El útero del mundo? ¿Por qué la elección del título?

La principal tesis que guía a la exposición es que, si es posible entrever un principio intrínseco al arte, este es un principio femenino. Y femenino es entendido aquí de un modo particular, vinculado a una lectura a contrapelo de lo que dice la tradición filosófica sobre la mujer y sobre las artes. En el texto introductorio a la exposición, recuerdo que lo femenino fue muchas veces asociado, por lo menos desde la Antigüedad griega, al desvarío, lo indomable, a algo que está en constante transformación. Lo masculino, en contraposición, estaría ligado a lo racional, lo equilibrado, lo fijo. Curiosamente, los primeros pensamientos sobre el arte lo aproximan a esas características que serían propias de la mujer. Para Platón, allí reside uno de los grandes defectos de los poetas: ellos no han nacido para “el principio racional del arte” sino para “el principio irascible y variado”, que el filósofo consideraba característico de las mujeres. El arte tenía, entonces, algo de intrínsecamente femenino, en el sentido de que expresa aquello que escapa al control, a la templanza, al dominio de las pasiones: algo que flirtea, en suma, con la locura. Si lo femenino es el principio del arte, podemos decir –junto a Platón– que promueve una feminización de todo lo que toca. Desde esa perspectiva, un hombre atravesado por la experiencia artística no es más exactamente un hombre, es decir, ya no se corresponde con los ideales atribuidos por las sociedades occidentales a quien nació con un pene.

Mi propuesta es que tomemos estas consideraciones, que eran una forma de desprecio tanto hacia la mujer como hacia las artes (y a los artistas que se encuentran bajo su influjo), y no las rechacemos sin más, sino que, como nos enseñó Oswald de Andrade con la Antropofagia, transformemos esa valoración negativa en positiva. A través de la ficción (o, en los casos más extremos, incluso a través de la transformación corporal), todos los artistas, mujeres y hombres, pueden entrar en el útero del mundo –aquello que nunca será propiedad de un único sexo, mucho menos de un único individuo– para renacer en él. Esta es la idea fundamental que encontré en Clarice Lispector, de cuya obra extraje no solamente el título de la exposición, sino tres conceptos fundamentales que la orientan.

Veronica Stigger El útero del mundo

Vos realizás una lectura muy particular de la enorme colección del MAM a partir de esos tres conceptos tomados de Lispector, ¿cómo fue ese diálogo con sus libros?

Ya hace un tiempo que me vengo deteniendo en las obras de Clarice Lispector, especialmente en los libros La pasión según G.H., Agua viva y La hora de la estrella. Clarice es una de las escritoras contemporáneas que más ha encausado ese impulso desvariado del arte que mencioné anteriormente, que a veces puede ser hasta histérico. Pero no solo canalizó ese impulso: también reflexionó, teóricamente (digamos así), sobre él. Veo a Clarice no solo como una escritora –una narradora creadora de ficciones– excepcional, sino también como una filósofa, una creadora de conceptos. De los tres libros que mencioné salieron tanto el título como las fórmulas conceptuales que orientan a los tres núcleos de la exposición: grito ancestral, montaje humano y vida primaria. Son fragmentos extraídos de los libros –y no breves textos curatoriales– que proporcionarán la clave para recorrer la exposición.            

¿Cuál es la importancia del cuerpo y la locura en esta lectura?

En primer lugar, es preciso mencionar que, siguiendo la sugestión de los surrealistas André Breton y Louis Aragon, que propusieron tomar a la histeria como “un medio supremo de expresión” y no como una patología, en la exposición no se entiende a la irascibilidad y a la variabilidad asociadas con lo femenino y el arte de un modo negativo (como en Platón), sino, al contrario, de modo positivo, tal como es asumido por algunas corrientes radicales del pensamiento estético del siglo XX en adelante. ¿Y de qué modo esa irascibilidad y esa variabilidad se muestran? Principalmente, en la desestabilización del cuerpo. El cuerpo es el lugar supremo de expresión de un impulso desvariado. Bajo ese impulso, el cuerpo se secciona, se convulsiona, se desorganiza, se transforma, pierde contornos y definición. Nos encontramos, en síntesis, frente a un cuerpo indomable, un cuerpo que, como en la descripción de Freud del cuerpo histérico, no respeta a la anatomía. No respetar a la anatomía significa no respetar a la propia constitución biológica. Y un cuerpo que comienza a perder el respeto por la propia constitución biológica es un cuerpo libre. Al mismo tiempo que investigaba la obra de Clarice Lispector (y aquí retomo la pregunta anterior) estaba trabajando con la colección de Museo de Arte Moderno de San Pablo en el marco de un Laboratorio de Curaduría que coordiné allí y que debía tener como resultado una pequeña exposición curada colectivamente junto a los alumnos. El tema del laboratorio era otro, pero me hizo volver con detenimiento a la colección, que yo ya conocía por sus exposiciones y catálogos pero no en toda su extensión. Fue entonces que percibí una cantidad significativa de obras que exploraban ese cuerpo en transformación y, en muchos casos, en pleno proceso de desmontaje y re-montaje. Recuerdo que el primer conjunto de obras que de inmediato me llamó la atención fue el de las representaciones de gritos, que iban desde los grabados de Lívio Abramo, Octavio Araújo y Regina Silveira, hasta las fotografías de Otto Stupakoff, Cris Bierrenbach, Klaus Mitteldorf y Arthur Omar, pasando por las pinturas de Cássio M’Boy y Anatol Wladyslaw. Pensar las cercanías entre estos diversos conjuntos de obras me ayudo a pensar sobre Clarice Lispector y viceversa. Era como si esos tres grandes conjuntos de obras me hicieran comprender mejor la literatura y la filosofía de Clarice. Sin embargo, si no hubiese estado estudiando a Clarice, tal vez no hubiera percibido las relaciones que existían entra las diferentes obras de la colección del MAM.      

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Veronica Stigger (Porto Alegre, 1973) es novelista, crítica de arte y periodista. Entre sus libros traducidos al castellano se cuenta la novela Sur. Fue curadora de la reciente muestra El útero del mundo en el Museo de Sao Paulo.

El miércoles 6 de septiembre a las 17:00, Spigger brindará una charla abierta para presentar el proyecto curatorial de la muestra, en el marco de las jornadas El silencio interrumpido.