Diario
Ensayos

Ocultismo para chicas
Por Mariel Giménez

Existe un tipo de práctica espiritual que se ha corrido del ordenamiento de las prácticas religiosas institucionalizadas a prácticas custom made, hechas a medida. Me refiero a la propuesta que circula, sobre todo en redes sociales, en la que una no entra a un culto, religión o práctica que ya está reglada a través de sus autoridades o mediante de una liturgia específica, sino que va creando la propia praxis espiritual a la par del ritmo de la vida diaria, armando rituales a conveniencia; una práctica espiritual doméstica y con fines nobles.

La práctica espiritual en este sentido fue tomando una forma específica muy en línea con los discursos de autoayuda femeninos cuyos objetivos últimos son el bienestar, el cuidado del mundo interior; con algo que una no hace en términos de trascendencia sino en función de vivir mejor, de ser mejor aquí y ahora, de ser “la mejor versión de una misma”. En esta trama, la inmediatez del alivio se impone por sobre la salvación eterna. Este tipo de prácticas incluso pueden incluir objetivos de mejor rendimiento físico a través de la alimentación y el entrenamiento para complementar la optimización del ser.

La espiritualidad así presentada toma la forma de un consumo o de un estado productivo. No solo es un tiempo y un espacio de la conciencia dedicado a la dimensión de las creencias, sino que también es un sector del mercado bastante masivo. Y, como sabemos, el mercado está generizado, es decir, contiene procesos sociales que producen y reproducen distinciones en las identidades de género. Como bien lo explica mi camarada la Dra. Suárez Tomé, la categoría de género nos ayuda a entender cuáles son los roles, conductas, costumbres y actividades que se imponen culturalmente a las personas por el sexo asignado al nacer. En resumidas cuentas, los estereotipos de lo masculino y lo femenino responden más o menos a que lo masculino es objetivo, racional, mental, individualista y lo femenino es subjetivo, particular, sintiente, sensible y social.

Encontramos entonces un conjunto de bienes de consumo y productos (cursos, kits para rituales, merchandising) que habilitan un tipo de práctica espiritual orientada a las feminidades. A las encargadas del mundo interno y lo sensible nos llega la oferta de ciertas propuestas como la astrología, el tarot, terapias alternativas, sanaciones ancestrales que se alejan de lo esotérico, lo oculto o lo inasible, para materializarse en un manual, una guía paso a paso del bienestar y de la auto-ayuda.

Insisto en el punto de la oferta generizada sobre la espiritualidad porque en general no hay ofertas masivas para que los varones hagan rituales de sanación de sus genitales, se junten a leer sus cartas natales o se tiren las cartas del tarot; tal vez la oferta dirigida a masculinidades está más orientada a las finanzas y criptomonedas, temas más relacionados con el dinero, la materialidad, la economía.


Roberta Di Paolo. Dos gotas (primera aparición de ojos de agua), 2021.

Me pregunto si estas prácticas espirituales son una de las dimensiones del bienestar o si se fusionan prácticas espirituales y bienestar psicológico; mantras sobre el pensamiento positivo en los que el pensamiento mágico tiene la fuerza para modificar la realidad y remover eso que causa malestar, sufrimiento, angustia. Este mercado espiritual toma la forma de determinadas prácticas esotéricas y ocultistas digeridas por las redes sociales para que tengan una presentación estética, acorde a la imagen que es posible traficar en redes. Ahí, la práctica espiritual esotérica, ocultista y el bienestar no se distinguen claramente. Practicar, consumir y ser.

En este tren de alejarme del pensamiento científico, me animo en este punto a intuir que la mayoría de las personas de clase media con estudios universitarios que practica la astrología o el tarot no estarían del todo cómodas con que se clasifiquen sus prácticas/ritos/ejercicios y consumos como ocultistas. Creo que aún, en esos imaginarios, el ocultismo puede estar relacionado con la macumba, los gualichos y las curanderas, y tal vez no les quede cómoda la estética oscura, un poco sucia, un poco pobre, para definir el intercambio lúdico de esos intereses por parte de mujeres y diversidades de la Ciudad de Buenos Aires. El contrapunto entre el gualicho del barrio y el ocultismo de las redes a nivel imagen es notorio: velas negras y rojas por un lado; influencers prendiendo un incienso por otro.

Me inquieta cómo lo oculto y lo espiritual en esta versión ha borrado la dimensión de la sombra y la oscuridad; se aleja del lecho inquieto de pulsiones amorales, rituales sacrificiales sucios e incómodos, pruebas de fe y penitencias, para ser lindo, pastel, brillante y sin esfuerzo. Cualquier gurú que vemos en las redes tiene más o menos el mismo discurso: “lo hacés si querés”, “si vos creés que te va a hacer bien, te hace bien”, “si te sentís incómoda, no lo hacés más”, lo que desliza otro consejo: buscás otro producto más conveniente. La dimensión del cuerpo aparece más inclinada al hedonismo que a la transmutación dolente. La estética masiva de las nuevas espiritualidades es pura luz. Luz, elevación y una consagración sin cicatrices.

En estas prácticas esotéricas, espirituales, ocultistas, ganan los discursos que nos dicen cómo ser. Más que nunca, se nos dan instrucciones para vivir y cómo vivir, aunque no sepamos cuál es la vida que merece ser vivida por nosotras. Luchamos para sacarnos mandatos y etiquetas de encima; parece que no funcionó.

Estas nuevas prácticas espirituales, que son bastante viejas, vienen montadas en los rieles del discurso auto-ayudista. Entonces la dimensión lúdica o la esotérica son sobrepasadas por prácticas para estar mejor, para ser mejor, para alcanzar la mejor versión de una misma. La espiritualidad encuentra un fin, un propósito, y con ello se borra lo enigmático, lo imprevisto, lo fuera de cálculo; se mezcla con los discursos sobre la optimización de las personas. Lo oscuro se llena de luz: no hay profundidades sino encandilamiento. Además, la espiritualidad alcanza el dominio de lo público, corriéndose de la intimidad de las prácticas secretas o los rituales personales. ¿Por qué será esto, no? ¿Qué recompensa trae mostrar el ritual íntimo? La validación del like se adhiere al yo, al yo espiritual, que se expande, se generaliza para pasar a ser una identidad en sí misma. No muestro una parte de mí, sino que me muestro como un ser totalmente espiritual. Es lo que me define.

¿Qué emparenta a este discurso de la optimización del ser con el nuevo ocultismo masivo orientado a las feminidades de cierta clase social? Su práctica no está tan orientada a la creencia o la religión, sino a sentirse bien a través de una fórmula que indica cómo sentirse bien, cómo sanar. Me resuena muy fuerte que siempre hubo una fórmula para la optimización de las mujeres. Más flacas, más jóvenes, más espirituales.


Roberta Di Paolo. La vibración del color, 2021.

Atravesadas por nuestra forma de habitar el mundo a partir de la popularidad del feminismo en 2018, ahora, pasados 5 años, nos llegan nuevas ofertas. Paquetitos pinkwasheados para consumir. Se instala una vigilancia constante sobre los consumos, porque en muchos casos es lo que nos define. Una vigilancia que proviene del mercado pero también entre pares. En un mundo amenazante en el que el camino de la meditación es solitario y aislado, la práctica hacia la autoconciencia puede dar lugar a la autovigilancia.

Liliana Maresca decía que, eventualmente, el mercado inocula todo. Lo contracultural y emergente, en una o dos maniobras, se vuelve parte del mismo sistema que antes lo había expulsado.

Uno de los nexos posibles entre espiritualidad y bienestar es la promesa de la felicidad. Una práctica constante, cada vez más compleja y rica en accesorios, te va a llevar a la felicidad. Ahí se actualiza el problema de la felicidad: la felicidad como commodity. Es algo para tener. Toda esta dimensión de la felicidad —o de la creencia en la felicidad— es bastante doméstica, solitaria, es fácil y hecha a tu medida. O al menos eso es lo que nos ofertan en un slogan viejo y repetido: la posibilidad de cambiar el mundo exterior si tan solo cambiás tu mundo interior. Y aunque es cierto que virar la posición subjetiva hace que miremos las cosas de otro modo y que el mundo se transforme, la dimensión material de un mundo injusto y cruel no cambia allá afuera si no operamos en comunidad.

Pero, ¿qué pasa si practico y practico y no soy feliz? Tal vez aparezca una sensación de inadecuación, de que soy yo quien está haciendo algo mal. En estas épocas de ansiedad y depresión, ¿qué pasa con la tramitación del sufrimiento cuando el mantra es aceptarse, amarse, evitar la angustia a toda costa? El dolor como indicador de todo aquello que se debe evitar termina labrando umbrales de tolerancia muy sensibles, muy bajos para el lema “no tiene que doler”. Porque hay cosas que duelen.

El mantra auto-ayudista se impone: sé feliz, tené una actitud positiva, intencioná. El Universo te va a dar lo que le pidas. El pensamiento mágico acorta las distancias en el Cosmos y nos permite rellenar el vacío de la incertidumbre. Se han agregado objetivos de máximo rendimiento: para convertirte en vos mismo, tenés que ser mejor, y para ser mejor, tenés que alcanzar tus metas. Autoexploración y autodescubrimiento se transforman en autorrealización y automejora: la optimización del ser.

Creo que la oferta generizada del ocultismo nos vende cosas perfectas para ser perfectas. Somos la audiencia cautiva de las recetas de la felicidad, de las recetas hacia lo perfectible. Toda una industria para mantenernos tras esa idea, ya que nunca seremos perfectas. Agradezco la posibilidad de sumergirme en el arte que me invita a otra cosa. No me subestima, me da la bienvenida, sintiente, rota, imperfecta, con dudas. No me resuelve nada, no cierra.

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Mariel Giménez es psicóloga y participará de la mesa redonda El entramado filosófico de las creencias: transformaciones espirituales en la nueva era, organizada en el marco de la exposición Luz y Fuerza. Arte y espiritualidad en el nuevo milenio.

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