El film reitera un argumento bastante habitual en el cine de esos años: el hijo de un empresario se distancia de su padre y se mezcla entre sus empleados, en parte para enfrentarlo pero en parte también para “hacerse de abajo” y comprender así mejor los problemas de la clase obrera. Eventualmente eso le permite mediar con su padre para obtener condiciones más justas, en una forma de conciliación social que algunos años después constituyó la gran fantasía peronista. Visto en ese contexto el film se vuelve más interesante, casi profético en algunas situaciones e imágenes poderosas, como la de una nutrida procesión con antorchas que parece prefigurar al Cabildo Abierto del Justicialismo. Hugo del Carril no canta la marchita, porque aún no se había inventado, pero se le acerca bastante en el tema que da título al film y en la inspiración proletaria de las imágenes que la ilustran.
LA CANCIÓN DE LOS BARRIOS (Argentina-1941) de Luis César Amadori, c/ Hugo del Carril, Francisco Álvarez, Aída Alberti, Arturo Barnio, Cirilo Etulain, Eliseo Herrero, Fausto Padín, Julio Renato, Alicia Vignoli. 108’.