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Sobre “Suspensión de la incredulidad” de Diego Bianchi
Por Martín Ciordia

En el Museo Arqueológico de Delfos, se encuentra una escultura de bronce de un Auriga. Era parte de un grupo escultórico mayor del cual sólo quedan fragmentos, fragmentos de los caballos y de un esclavo. Hoy vemos en una sala la representación de un hombre sin un brazo y sosteniendo con el otro unas riendas que acaban tensas en el vacío. Los fragmentos están apoyados contra la pared donde está el conjunto reconstruido de un modo hipotético. Los historiadores del arte suelen ubicarlo en el llamado estilo severo y fecharlo hacia 470 a. C. De esculturas como éstas, algunos han afirmado cosas como esta: “Así el hombre, poco a poco, apartó la cortina de sombras amenazadoras y acabó por instalarse en el centro de la luz y del interés. Como se ha subrayado a menudo, es un arte humanista el que aparece con los griegos. Es humanista por el tema, pues se ha terminado el reinado de lo animal… Pero, el arte griego es humanista todavía de un modo más profundo, puesto que hace del hombre la ‘medida de todas las cosas’ tal como enunciaba Protágoras durante la segunda mitad del siglo V en una fórmula famosa”.

En MALBA, nos encontramos con Suspensión de la incredulidad. En el centro de una sala, de un cubo, un hombre tironea y es tironeado por fragmentos. ¿Tiraba éste también hipotéticamente de caballos? No. En principio, no es un auriga. Es, llamémoslo así, un cordelero. No tira de riendas, tironea y es tironeado por una multiplicidad de cuerdas que convergen en él, que está en el centro. Tampoco estamos ante una estatua de bronce que representa un hombre, estamos ante ¿un actor que representa a un hombre? En realidad, ¿ante varios actores que representan un hombre o varios hombres? Yo he visto dos de ellos. Me han dicho que hay más. Los dos que he visto actuaban bastante distinto. Mientras uno estaba en general reconcentrado en sí, el otro miraba cada tanto de un modo atormentado y casi desafiante al espectador. Un cartel advierte sobre lo que se verá antes de entrar en la sala: “La obra exhibida en esta sala incluye escenas de desnudo. Si por cualquier motivo usted considera que podría sentirse afectado, le sugerimos no ingresar.” Ubicado en una esquina del cubo, he visto las reacciones de varios espectadores al entrar. No me parece que sea tanto el desnudo lo que les impacta, pues les impacta lo que ven, a algunos incluso mucho, sino la instalación en general y, en particular, el tironeo de las cuerdas de la ropa y el cuerpo del actor. Por momentos, se parece a aquellas pinturas del martirio de san Sebastián asaeteado por múltiples flechas, o alguna escena de la película El silencio de los inocentes. Otras parece un simple titiritero. En fin, creo que se cumple aquello que Bianchi dijo alguna vez en una entrevista en Proa TV (2011): “trabajo sobre la reacción física de la persona, no tanto sobre el nivel mental o intelectual; [busco] trabajar como al cuerpo de la persona, como provocarle algo experiencial”.

Hace unos treinta años, el poeta chileno Humberto Díaz Casanueva asoció en una conferencia al Auriga de Delfos con las descripciones del símil del carro alado de Platón en el Fedro (246d). Se recordará que el filósofo griego compara el alma humana con un auriga que conduce un carro tirado por dos caballos. El alma humana, junto con los dioses, conducen sus carros alados por el cielo hacia la llanura de la Verdad. Pero, los caballos del alma humana son mezcla, tiene uno bueno y otro malo, de modo que le es difícil mantener el curso. Así es como el alma humana termina cayendo a tierra y queda prisionera y sepultada en un cuerpo terrestre hasta que pueda liberarse del círculo de las reencarnaciones recuperando sus alas. El poeta chileno hablaba de que el porte del Auriga de Delfos representaba muy bien la firmeza y serenidad que Platón pedía al alma humana en su dominio de las pasiones: la firmeza y la serenidad de su auriga con sus caballos. Como algunos dicen que decía Aristóteles, el hombre debe rehuir los extremos y excesos, y situarse en el punto medio. Esto se visualiza en un rostro que no expresa emociones: en el rostro severo de nuestro Auriga de Delfos. He aquí el hombre griego clásico: el que sabe gobernar sus cosas, conducirse a sí mismo sin alteraciones.

En MALBA, antes de entrar a la sala donde está nuestro cordelero, hay un cartel que describe lo que veremos. Luego del título, podemos leer: “Instalación viva. Un hombre sostiene mediante un entramado de hilos sujetos a distintas partes de su cuerpo los objetos de una instalación que lo rodea”. Asaltado por la duda de si esta sería una descripción de Bianchi o no, consulté y me informaron que el autor mandó el siguiente texto: “Instalación sostenida por un hombre. Materiales: objeto, alambre, soga, masilla epoxi, madera, tergopol. Año: 2014/15.” El actual texto del cartel resulta ser entonces una paráfrasis de otra persona, apoyándose en lo escrito por el mismo Bianchi para el catálogo. Es como cuando se publica un libro con la contratapa escrita por el editor. ¿Hacemos caso a lo allí dicho? ¿Cómo y de qué forma? Es más, ¿hacemos caso a lo que el autor dice de su propia obra? En esta dirección, podemos preguntarnos: ¿cómo llamar a lo que se encuentra en el otro extremo de las cuerdas sostenidas y sujetas al cordelero? ¿Objetos? ¿Cosas? ¿Basura? ¿Fragmentos? 

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Martín Ciordia

Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires, desempeñándose actualmente como Profesor Regular Adjunto a cargo de Literatura europea del Renacimiento en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Ex becario Conicet y Fundación Antorchas. Investigador Adjunto del Conicet. Tradujo obras de Bracciolini, Piccolimini y Erasmo. Ha publicado sobre temas de la literatura europea del Renacimiento en general y, especialmente, sobre el movimiento y la literatura humanística de los siglos XIV al XVI. Sus líneas de trabajo se han concentrado básicamente en indagar y pensar sus concepciones del “amar”, y sus concepciones de “letras y humanidades”.

Este texto fue presentado en el marco de una mesa organizada en MALBA el 29 de abril de 2015 sobre “Suspensión de la incredulidad”, la obra de Diego Bianchi que forma parte de la exposición Experiencia Infinita.

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