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Literatura

Fernando Pessoa
El malestar del presente

Por Mario Cámara

Antonio Mora es, conjuntamente con Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos, uno de los heterónimos más destacados dentro la vasta producción heteronímica de Fernando Pessoa. Entre su producción, toda ella en prosa, resultan fundamentales aquellos textos destinados a dar a conocer y hacer comprender el proyecto, tan mentado y tan poco comprendido, de una refundación del paganismo, anunciado por Pessoa y por el resto de los heterónimos en diversos prólogos y artículos críticos. El representante máximo de esa refundación, su prueba más palpable es, de acuerdo a lo que sostiene Antonio Mora, Alberto Caeiro, el maestro de los heterónimos, poeta de las cosas y la univocidad. Caeiro representa no sólo una poesía, sino una apertura ética para tiempos turbulentos. La lectura de sus poemas, sostiene Mora, permite el reconocimiento de un mundo que se pretendía desaparecido y el asomo de una conciencia precristiana.

Para Mora el presente se define por un malestar que es resultado de una historia decadente. El núcleo del cual emana ese malestar, las causas de esa decadencia, y por ende la necesidad de acción, se encuentran en un origen remoto: el surgimiento del cristianismo. En este sentido, el de Mora es también, como el de Nietzsche, un método arqueológico, y al igual que para éste, el cristianismo, o mejor dicho, las prolongaciones y derivaciones de su ideología, constituyen el problema central. El culto a la subjetividad, la degradación de los sentimientos, y la pérdida de la noción de una realidad natural y humana, forman parte de la doctrina cristiana que, según Mora, no ha hecho más que cultivar y potenciar un hiperbólico idealismo y una subjetividad que se imagina omnipotente.

La crítica al cristianismo, sin embargo, y tal como se desprende de sus reflexiones, no debe entenderse como una crítica a la religión, sino a sus fundamentos filosóficos. El pensamiento religioso, o mejor dicho “lo religioso”, y de allí su necesidad y su provecho, tendría la virtud de subordinar el pensamiento del hombre a una instancia superior, aun sabiendo que esa instancia puede ser una construcción. De este modo, la subordinación del pensamiento sería una primera condición para disciplinar el sentimiento de omnipotencia de la subjetividad y recordarnos la nadería de toda personalidad. Es decir, y vale la aclaración, no se trata de una cuestión estricta de creencia, sino de una postura capaz de anteponer la existencia del mundo como condición básica del pensamiento. La religión como concepto y práctica cumpliría con esa condición, dado que nos exige la creencia en algo superior y anterior a nosotros. La aceptación de esa existencia, previa y primera, que Mora en determinados momentos denomina “destino”, y que podríamos redefinir como el “acaecer de las cosas”, constituiría, finalmente, una actitud pagana.

Además de pensar el paganismo como antídoto y crítica del idealismo, Mora, en términos estrictos, lo define como una fórmula religiosa y metafísica que ubica la “realidad suprema” dentro del ámbito de la “realidad visible”. Ello significa que esta versión del paganismo concibe los “dioses” o los “entes supremos” exactamente a semejanza de la materia. El paganismo tal y como es pensado en el sistema hetorínimoico adquiere entonces una consistencia paradójica que hace coincidir un plano espiritual con una presencia concreta. Dicho en otras palabras, Mora no coloca por detrás de la realidad empírica una existencia espiritual, eso lo conduciría de nuevo al cristianismo o, en el mejor de los casos, a una suerte de platonismo. La coincidencia entre estos dos órdenes es tal que resulta imposible deshacerla, y su objetivo, y su efecto, es la percepción de un mundo que se nos presenta como irreductible a cualquier instrumentalización. Mora produce o imagina una suerte de, valga la contradicción, “materialismo espiritual” que induce una actitud de respeto y humildad del hombre frente a las cosas. Podríamos sostener, de este modo, que la primera tarea del pagano es producir una crítica del cristianismo con el objetivo de deconstruir las bases de una subjetividad exacerbada, cuya relación con el mundo se ha transformado en mera explotación.

Resulta claro que lo que Mora denomina paganismo comparte un aire de familia con otros pensadores de aquel momento, atribulados por el rumbo que tomaba la historia. En concreto, más que Max Nordau, pensador que Mora cita en este texto, es con Heidegger, a quien no menciona, con quien Mora entra en diálogo. En efecto, el paganismo de Mora imagina una coincidencia entre “esencia” y “existencia” de un modo no muy diferente al que Heidegger propone en su ensayo Ser y tiempo (1927), y también, a semejanza de Heidegger, propone un sujeto que adviene a un mundo ya constituido. En este sentido, los escritos de Mora, y el proyecto pessoano en general, definen no sólo una crítica a la subjetividad, sino, más primordialmente, una crítica al pensamiento metafísico.

Trascender el cristianismo y refundar el paganismo implica el desarrollo de una tecnología subjetiva que en Mora aparece bajo la figura de la moderación. Dicha figura, sin embargo, debe ser problematizada, y el propio Mora lo hace a lo largo de sus escritos. En primer lugar, no deberíamos entender esa moderación como ascesis. En efecto, no se trata de una actitud de prescindencia o retiro del mundo. De hecho, Mora reclamará a Ricardo Reis una actitud semejante, que es, sin dudas, el asceta del grupo. Concretamente trae a colación dos poemas de Reis para producir su crítica, el primero de 1916, que comienza con el siguiente verso “Prefiero rosas, amor mío, a la patria”; y el segundo, del mismo año, que cuenta la actitud prescindente de dos jugadores de ajedrez frente a cierta guerra de Persia, y que culmina de este modo: “¡Ah!, bajo las sombras que sin querer nos aman / con una jarra de vino / al lado, y atentos sólo a la inútil faena / del juego de ajedrez, / aun cuando el juego sólo sea un sueño / y no haya aparcero, / imitemos a los persas de esta historia / y, no bien allá fuera, / cerca o lejos, la guerra, la patria y la vida / nos llamen, dejemos / que nos llamen vanamente, cada uno de nosotros / bajo las sombras amigas, / soñando, él, su aparcero y el ajedrez, / su indiferencia.”[1] Como se puede observar aquí, el reclamo aquí se dirige a su actitud de indiferencia frente a las cosas del mundo.

Una primera aproximación al concepto de moderación en Mora debe ser relacionada no con el éxodo, entendido como renuncia al quehacer público o mundano, sino con la equidistancia, es decir con el equilibrio precario e inestable entre la intervención y la prescindencia. Ni guerrero, ni ajedrecista sería la fórmula más aproximativa para definir la postura que debe cultivar el pagano. Pero probablemente, y en el contexto del proyecto poético de Fernando Pessoa, la figura más concreta de la equidistancia sea la del escritor. La moderación es también una tecnología de la sujeción de afectos y pasiones. En este sentido, la moderación constituye una suerte de filtro que más que descartar, produce formas. Para sintetizar, se puede concluir que la moderación es un estilo.

En cuanto estilo, la moderación es un procedimiento estético que hace de la poesía, en el caso de Pessoa, no el lugar de la pura emocionalidad, ni el sitio de la expresividad, sino un decantado a partir de la relación hombre-mundo. De allí, las críticas de Mora a la poesía romántica, o al romanticismo como como movimiento literario, dado que en lugar de forma lo encuentra es una pura expresividad, es decir omnipotencia del sujeto. Ni la expresividad de las emociones del romanticismo, a las que de todos modos considera falsas, ni el decadentismo del arte por el arte, que considera tan nihilista como los ajedrecistas del poema de Reis.

La poesía de Pessoa y la de sus heterónimos, su drama em gente, podría ser pensada, a partir de estos escritos, como la puesta en escena de los modos y las encrucijadas, no siempre resueltas, que la moderación como tecnología del yo y procedimiento estético presentan para el arte. La histeria y la melancolía de Álvaro de Campos, la ataraxia de Ricardo Reis, las dudas de Pessoa él mismo, forman parte de los debates, a veces encendidos, con el maestro Caeiro, y parecen proponer un interrogante, que Mora busca resolver, ¿cómo encontrar la distancia y la aproximación exacta con el mundo y la subjetividad sin que el mundo sea violentado y la subjetividad restituida?

[1] La traducción pertenece a Marcelo Cohen, en Fernando Pessoa. Poemas. Buenos Aires: Losada, 2006.

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Fragmentos extraídos de Fernando Pessoa, El malestar del presente. Escritos de Antonio Mora, selección y traducción de Mario Cámara. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2015.

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