“Y me lancé al camino, hacia lo no sabido, limpio y sin carga. La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado”, escribe Eduardo Galeano en “Días y noches de amor y de guerra”. Algo parecido se propone Albertina Carri en su película Los rubios. Desandar los senderos de la memoria, recorrer los vericuetos en los que nos envuelve, detenerse en las grietas abiertas entre el pasado y el presente, aceptar lo que se recuerda, tanto como lo que se olvida o se reinventa. La directora invita al espectador a reflexionar sobre la construcción de la propia identidad –la suya, la de toda una sociedad– a partir de una ausencia: la de sus padres, desaparecidos y asesinados por la última dictadura militar argentina. Sin embargo, Los rubios no relata la vida ni la desaparición (cuando Albertina, la menor de tres hermanas, tenía tres años) del matrimonio Carri. La película no apuesta a narrar El Pasado, lejano e intocable, sino que más bien decide interpelar ese pasado, confrontarlo con y desde el presente, desde lo que implica para la joven Carri como persona, mujer, hija, directora de cine. Tampoco se persigue, por lo tanto, un fin determinado (recopilar datos, recabar testimonios, averiguar cómo fueron los hechos para llegar a la verdad, si bien hay algo de todo esto). Se trata de la búsqueda, de recorrer todos esos posibles caminos del mundo de la memoria. Fragmento de un texto de Yvonne Yolis.
Los rubios (Argentina-2003) de Albertina Carri, c/Analía Couceyro, Albertina Carri, Santiago Giralt, Jesica Suárez, Marcelo Zanelli. 89’.