05.01.2017

Antropofagia y Tropicália

Por Florencia Garramuño

Antropofagia y Tropicália: los nombres de los dos momentos culturales más visibles e importantes de la cultura brasileña del siglo veinte, apelan –de modos diversos– a un material autóctono y nacional. La Antropofagia (lanzada en 1928 con el “Manifiesto Antropófago”, de Oswald de Andrade) recupera como grito de guerra el rito caníbal de los indios tupis que horrorizó a los europeos al llegar al Brasil. ... Seguir leyendo


03.01.2017

El margen Oiticica

Por Fernando Bruno

Si se intenta un acercamiento, por breve que sea, a la obra del brasileño Helio Oiticica, conviene repasar una genealogía que se inicia varios cientos de años antes de su nacimiento.

Pedro Fernandes Sardinha fue el primer obispo nombrado en territorio brasileño por la iglesia católica. Según relatan las crónicas, murió a mediados del siglo XVII en la costa del estado de Alagoas, devorado por indios de la etnia tupí luego del naufragio del barco que lo llevaba en un viaje de regreso a Portugal. En 1928, en el número 1 de la Revista de Antropofagia, el poeta Oswald de Andrade publicó su “Manifiesto antropófago” y fechó el texto con la siguiente fórmula: “En Piratininga [nombre en lengua indígena de la región en la que surgió la ciudad de São Paulo] / Año 374 de la deglución del obispo Sardinha”. De ese modo, hizo corresponder el año cero de la revolución cultural vanguardista con la muerte del obispo portugués devorado por los habitantes originarios de la tierra brasileña. En consonancia con esa declaración de principios, estableció en las primeras líneas del texto: “Tupi or not tupi, that is the question”. ... Seguir leyendo


04.06.2015

Oswald de Andrade, Tarsila do Amaral y la antropofagia

Texto de Gonzalo Aguilar

La tendencia redentora de Oswald [de Andrade], su “galanteo inevitable”, su “esperanza en el cielo” tuvo su contrapartida, su garantía de inmanencia, en el indio. El indio fue una suerte de pequeño objeto a, objeto deseado y sustraído que a Oswald le permitió ver ciertos mecanismos de la cultura brasileña. El indio fue el don, fue aquel que, a través de la lectura de textos de la época del descubrimiento y de otras fuentes, le obsequió a Oswald las grandes hipótesis (la antropofagia, el matriarcado, la crisis de la filosofía mesiánica) con las que recopiló y enlazó los indicios que lo deslumbraban en la vida cotidiana.

Oswald empleó al indio (a la figura del indio) para hacer la crítica del Estado, la sociedad patriarcal, el moralismo, la Estética y las creencias. La separación fundamental de Oswald en relación con el romanticismo no está tanto en el cambio de signo de la valoración del indio (del buen salvaje al mal salvaje) sino en que separa al indio del Estado. En realidad, más que separarlo lo opone: el indio surge como la garantía antiestatal de la política y eso explica que una vez que en 1930 se acercó al Comunismo –que idolatraba al Estado–, abandonó la perspectiva indígena del manifiesto de 1928. En el manifiesto, el indio como símbolo de la bondad, la Nación y el Estado -en la imaginación romántica- constituyen un mismo acontecimiento: “El indio vestido de senador del Imperio. Fingiendo que era Pitt. O figurando en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses”. Se trata, entonces, de pasar violentamente de un paradigma a otro y de ahí la necesidad del acto vanguardista: del indio que está subordinado al Estado-Padre, forjado durante el reinado de Don Pedro, al indio que moviliza la sociedad contra el Estado (idea que enunció posteriormente Pierre Clastres pero que ilustra perfectamente la operación antropofágica).

Para realizar esto, Oswald abandonó la preocupación por la Estética que lo obsesionaba en el manifiesto Pau-Brasil de 1924. Ya la frase que abre el manifiesto de 1928 hace a un lado la cuestión: “Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente”. No dice Estéticamente ni, mucho menos, Éticamente. La movilización comunitaria de lo material y lo simbólico no pasa ni por la estética ni por la moral. “La práctica culta de la vida” para realizarse deberá abandonarlas y ser tan radical que pueda llegar a cuestionar no sólo el legado estético y ético sino hasta el cuerpo humano mismo o, mejor, lo que el cuerpo humano en Occidente llegó a ser. En el capítulo 1 “Abaporu de Tarsila de Amaral: saberes del pie” reflexiono sobre esta cuestión a partir del cuadro de quien era entonces la pareja de Oswald. Hay que inventar un nuevo cuerpo porque el nuestro, tal como lo conocemos, se organiza alrededor de la jerarquía de la cabeza y de la idea.

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