10.02.2022

Modernismos 1922-2022

Por Gênese Andrade


Vicente do Rego Monteiro. A descida da cruz, 1924.

Revisitar la Semana del 22 implica avances y retrocesos, nuevas preguntas y respuestas abiertas en una reflexión centenaria que gira en torno a la idea de mito (positiva o negativamente), sus antecedentes y desdoblamientos, sobre los que no hay consenso.

Es estimulante percibir que el tema no se agota, resurgen documentos olvidados, imágenes ausentes generan interrogaciones y las interpretaciones canónicas son puestas a prueba. Todos los eventos, debates, concursos, anuncios, artículos y libros que cuestionan y festejan la Semana del Arte Moderno dan la medida de que aquellos días de febrero de 1922, que reunieron a escritores, artistas plásticos y visuales, música y danza, no fueron irrelevantes y se transformaron en un marco.

El adjetivo “futuristas” que flotó sobre las manifestaciones estéticas consideradas innovadoras ocurridas en Brasil a partir de 1917 fue reemplazado por “modernistas”, no sin polémicas y discusiones en las páginas de los periódicos conservadores y las revistas de variedades o de vanguardia, en los salones de la elite paulista, en las casas de los intelectuales del período y en los establecimientos comerciales del hoy llamado centro viejo de San Pablo.

El término “Modernismo”, con el que convencionalmente se denominó al período, tuvo su polémica ampliada con el “pre” y el “post” que se le agregaron con fines didácticos, y tanto su fecha de inicio como la de su final todavía generan controversias.

Más aún, la denominación “Modernismo paulista” pasó a ser, con el tiempo, una especificación para lo que, a los ojos de algunos críticos, fue principalmente autopromoción; pero, a los ojos de otros, es una parte importante de algo mayor y plural: los Modernismos, con énfasis en la “s” final.  

Si en el momento de su realización la Semana de Arte Moderno repercutió poco fuera de San Pablo, el espacio ocupado por sus protagonistas en los grandes periódicos y en la circulación de publicaciones durante los años subsiguientes, especialmente en revistas, propició que las nuevas ideas estéticas cruzasen las fronteras de los Estados e incluso también las de los países vecinos, llegando a Europa en 1923, gracias a la actuación de los artistas que fueron a París a estudiar y ampliar sus conocimientos estéticos, y que así establecieron relaciones con los vanguardistas europeos, que a su vez les abrieron las puertas en el exterior, vinieron a visitarnos y propiciaron la ampliación de nuestra mirada sobre nuestra propia cultura. De Natal a Porto Alegre, incluyendo a la Amazonia de Macunaíma, los libros y revistas fueron puentes, desdoblamientos y contrapuntos para la reflexión sobre la identidad, la diversidad, las manifestaciones estéticas nuevas y antiguas, las amistades y las polémicas.

No hay dudas de que lo que propiamente hace a los Modernismos son las producciones artísticas que ocurrieron en 1922, pero sin aquellos encuentros multiartísticos tan comentados, de los que no hay registros fotográficos, probablemente la repercusión de esas obras de arte no sería la misma. En un contexto de reivindicación de las minorías y de la representación, las ausencias y silencios dicen mucho en las reflexiones del siglo XXI sobre la Semana y sus desdoblamientos. [...]

En el escenario de las conmemoraciones oficiales del centenario de la Independencia, de la fundación del Partido Comunista y de las huelgas de trabajadores, no son pocos los cuestionamientos sobre el hecho de que el marco de 1922 sea, en nuestro imaginario, más estético que político. El compromiso de la familia Prado con la galería brasileña de 1889 y con la Semana del Arte Moderno, el papel de político y mecenas de Freitas Valle, el vínculo de los modernistas con los periódicos oficialistas, el abandono de la ciudad por los mismos modernistas durante la Revolución de 1924, su omisión de la mano de obra esclavizada en las haciendas de sus ancestros, la afiliación al Partido Comunista y al arte comprometido después de la crisis de 1929, el mea culpa de Mario de Andrade en 1942, la aceptación de cargos públicos durante la dictadura de Vargas por parte de algunos de ellos y la entrada de otros a la Academia Brasileña de Letras plantean preguntas y juicios no siempre imparciales, y a veces injustos. Es preciso evitar el esteticismo, el anacronismo, la lectura ingenua o tendenciosa para no sobrevalorizar ni despreciar esta producción artística, reconociendo a veces su coherencia, a veces sus contradicciones.

La bandera brasileña y los colores verde y amarillo, que fueron tapa de libro en 1925 y nombre de movimiento con vínculos fascistas en 1927, o de movimiento de jóvenes verdes prestos a madurar en 1927, ganan nuevos significados en las producciones artísticas contemporáneas que revisita el ready-made, incluidas en relecturas y nuevas tapas de libros de poesía.

No es casualidad que la Antropofagia sea nuestra manifestación cultural más revisitada por los artistas nacionales, más estudiada y festejada en el exterior, ni que Abaporu sea nuestra pintura más valiosa en el mercado del arte, ícono de exposiciones en torno al Modernismo y los modernistas, siendo incluso considerada, irónicamente o no, nuestra Mona Lisa en la era de la selfie y las redes sociales. Igualmente antropofágico, Macunaíma también suscita relecturas en el teatro y el cine, incluyendo la oralidad, la música y la danza como ejes de la transcreación de la obra en otros lenguajes.


Anita Malfatti. Retrato de Mário de Andrade, 1922.

Si la Semana del Arte Moderno puede ser considerada hoy como nuestra primera performance de gran repercusión es porque ella coqueteó, más que con las serate futuristas, con la vocación de oralidad e improvisación de nuestra cultura, con la fuerza de nuestra música, con la importancia de la visualidad en un escenario todavía hoy de fuerte analfabetismo. Y más aún, ella fue movida por la voluntad de volver público el deseo de un arte nuevo e independiente, que se desdobló en defensa del habla brasileña, de los colores campesinos, de los sonidos de la selva, del Carnaval y de un arte de exportación.

La fuerza del diseño gráfico de nuestros libros y revistas de vanguardia, la controvertida relación de Tarsila do Amaral con la moda parisina, el vínculo de nuestra consolidada Residencia Artística con el Pensionado Artístico pasan sin dudas por las vanguardias europeas. Pero la crítica, tanto la consagrada como la contemporánea, ha demostrado que la tensión entre modernidad y periferia, nacional y extranjero, regional y cosmopolita, erudito y popular, elite y pueblo fija el rumbo hacia la distensión, en el sentido de responder nuevas indagaciones y suscitar nuevas preguntas.  

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Fragmentos extraídos de la introducción al libro Modernismos 1922-2022. San Pablo: Companhia das Letras, 2022.

Del lunes 14 al jueves 17 de febrero, y a cien años de su realización, Malba propone revisitar la Semana del Arte Moderno a través de las Jornadas Antropofagia Revisitada, que presentan un variado conjunto de actividades virtuales y presenciales junto a especialistas locales y brasileños.



Tapa del catálogo de la Semana de Arte Moderno, con ilustración de Di Cavalcanti.

Entre el 11 y el 18 de febrero de 1922, en el marco de las celebraciones por el centenario de la independencia brasileña, un grupo de artistas, arquitectos y escritores organizó la Semana del Arte Moderno en el Teatro Municipal de San Pablo. El evento consistió en una exposición que incluyó más de cien obras plásticas junto a tres sesiones nocturnas de música, danza y literatura. La Semana del Arte Moderno constituyó un momento de manifestación colectiva y pública a favor del arte moderno y en oposición a las corrientes neoclásicas que, como en otras partes del mundo, imperaban en Brasil desde el siglo XIX.

Entre los participantes se destacaron los pintores Anita Malfatti, Di Cavalcanti, Ferrignac, John Graz, Vicente do Rego Monteiro y Zina Aita; los poetas Guilherme de Almeida, Mário de Andrade, Menotti Del Picchia y Oswald de Andrade; los escultores Victor Brecheret, Wilhelm Haarberg e Hildegardo Velloso; y los pianistas Guiomar Novaes y Ernani Braga, que interpretaron piezas de Heitor Villa-Lobos y del francés Claude Debussy. Provenientes de distintas corrientes y escuelas, los unía la idea de romper con el conservadurismo en el que se encontraba el arte de su país. De modo general, todos reclamaban por una mayor libertad de expresión y por la abolición de las reglas tradicionales de representación. 

En una conferencia dictada el segundo día, el poeta Menotti del Picchia refleja ese espíritu a través de su exaltada defensa de una estética de fuerte inspiración futurista: “Lo que nos reúne no es una fuerza centrípeta de identidad técnica o artística. La diversidad de nuestros estilos pueden verificarse en la complejidad de las formas practicadas por nosotros. Lo que nos agrupa es la idea general de liberación contra el faquirismo paralizado y contemplativo que anula la capacidad creadora de los que todavía esperan ver levantarse el sol detrás del Partenón en ruinas. En nuestro arte, queremos luz, aire, ventiladores, aviones, reivindicaciones obreras, idealismos, motores, chimeneas de fábricas, sangre, velocidad, sueño. Y que el rugido de un automóvil, en la ruta de unos versos, espante de la poesía al último dios homérico que, anacrónicamente, se quedó durmiendo y soñando, en la era de la jazz band y del cine”.

Las ideas de ruptura ya circulaban desde comienzos de la década de 1910 en textos de revistas y exposiciones, entre las que se destaca la “Exposición de Arte Moderno” de Anita Malfatti, de 1917, que sirvió para terminar de conectar a varios de los artistas. La Semana de Arte Moderno recogió ese legado y funcionó como un espacio de catalización y encuentro en el que resurgió con nueva fuerza.


Emiliano Di Cavalcanti. Seresta, 1925.

Si bien durante la Semana de Arte Moderno no se llegó a producir un único lenguaje moderno o un programa consistente, algunos de los temas que la atravesaron marcaron la agenda cultural brasileña de las décadas siguientes. Fundamentalmente, durante esos pocos pero decisivos días, se puso en primer plano la necesidad de imaginar una estética moderna propia –y por lo tanto diferente a la europea– a través de un regreso a las raíces de la cultura popular del país.

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Del lunes 14 al jueves 17 de febrero, y a cien años de su realización, Malba propone revisitar la Semana del Arte Moderno a través de las Jornadas Antropofagia Revisitada, que presentan un variado conjunto de actividades virtuales y presenciales junto a especialistas locales y brasileños.