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Literatura

Siete notas extraídas
Héctor Libertella
y Mirtha Dermisache

Por Mauro Césari

1

“El tiempo en literatura es pliegue, exactamente como se pliega una página” (Huang-Tsé).

Dos láminas-laminillas-, en un volumen. Uno lee al otro.

Imagen/ texto ni verso ni reverso, sino como una cinta, con un cuarto de torsión sobre sí misma. Entre ellas un resto: un corte. ¿Quién vive? ¿Qué es un espejo? ¿Con qué modelo pensar las relaciones del sujeto con su imagen –especular con su Doble– y los efectos de refracción producidos? ¿Con qué objeto, aparte? ¿Quién asiste al hundimiento del objeto de la necesidad en el campo infinito de la significación?

2

“A fines del siglo XIX los anarquistas lanzaban bombas sobre políticos, militares, empresarios, curas. Muchas veces se cobraban víctimas fatales. Eran encarcelados y fusilados. Los anarquistas creían que sus actos podían leerse. Creían que era la lectura de sus acciones la que escribía el contenido de su filosofía de vida. Era el acto que cometían el que creaba el sentido del texto que los narraba y no un texto que preexistia el que definía el sentido [de los atentados]”.

Encuentro y cierre entre dos que no concilian. No concilian el sueño (recordemos, estos dos grandes patógrafos son dos grandes in-somnes, deambulan, erran en la cinta de la no toda vigilia como un insecto erra la cinta de su desproporción mientras secreta un murmurio que dice: no hay relación textual...

“El insecto que se pasea por la superficie de la banda de moebius, si tiene la representación de lo que es una superficie puede creer en todo momento que hay una cara que no ha explorado, aquella que siempre se encuentra en el reverso de la cara por la que se pasea. Puede creer en dicho reverso y no lo hay, como ustedes saben. Él, sin saberlo, explora la única cara que hay y sin embargo a cada instante hay ciertamente un reverso.

Lo que le falta para advertir que ha pasado al reverso es esta pequeña pieza, una especie de cortocircuito. Esta pieza faltante posee una dimensión evanescente y particular: es el hecho de que falta lo que constituye toda la realidad del mundo por donde se pasea el insecto. Ese pequeño bucle interno es ciertamente irreductible, dicho de otra manera es una falta que el símbolo no suple”.

3

Escribir el trazo. Anudar el lenguaje a lo imposible de decir.

Una configuración flotante y evasiva. “La sombra que la luz es para sí”.

4

En un libro fundamental y –no paradójicamente– muy poco leído, Héctor Libertella desliza una pregunta, “la más estremecedora de las preguntas”: ¿Qué será de nosotros cuando haya desaparecido el signo? ¿Cómo asumiremos la sociedad, el yo, la comunicación, el arte, la vida misma y la muerte?

En ese escenario, o mejor dicho: en esa escena las cosas funcionan extrañadas de sentido. Por alguna arbitraria razón, el signo se ha puesto boca abajo. Un árbol no es ahora un “árbol”, sino un tronco con ramas y hojas: a secas. Los diarios son puro grafismo y únicamente existen para “darle mirada a los ojos”.

5

Medir vacíos es un modo de trabajar con la letra, la cifra. El que dibuja letras, aquel que es modificado por la escritura del trazo, el escriba ciego que mira en el silencio y hace extensión el sonido –de su vagido–. Sabe algo: que la letra es cifra, y la cifra (etim. Cero): un operador fantasma.

Freud decía que los números (a veces también llamados: cifras) eran un lugar privilegiado para indagar cuál es la cifra expuesta y cuál la oculta en la vía regia al inconsciente. Los números resultan especialmente válidos para avanzar en aquello que muestran y velan porque sustentan dos tipos de letras: 20/veinte (letras arábigas o alfabéticas).

La letra se instituye cuando la imagen a título de huella se borra. Certificación de una presencia pasada mediante una ausencia actual.

Veamos este pequeño rebus: ¿qué quiere decir?

Mauro Cesari

(miembro del público): -Dermis-H!

6

(Lacan sobre Siberia)

“Aquello que en lo real se presenta como desbarrancamiento es lo que se evoca de goce cuando se rompe un semblante. Es por el mismo efecto que la escritura es el desbarrancamiento en lo real del significado, lo que ha llovido del semblante”.

De esa lluvia y sus efectos, del desplazamiento de su evaporación, algo nos brota. La historia de la escritura está plagada de escenas donde se alucina el objeto, el sentido se abre a lo equívoco. Las letras parten al medio al lector como un golpe de rayo, como aquello que el matemático Nassim Taleb llamó “Cisnes negros”, el trazo que cifra el valor de lo altamente improbable.

7

“Porque es bárbaro y adora imágenes, el analfabeto sabe leer esta poesía salvaje y bárbara. Aquí la letra en estado bruto hace jugar de otro modo los procesos de aprendizaje, la lectoescritura y la transmisión por la mirada. El ojo es una perla de gelatina concreta, que late y lee, mientras la interpretación y el sentido sí quedan como ilusiones ópticas.

(…)

Sería preferible colocarse del lado del idiota. Es decir, en la posición etimológica de un distinto, un separado, un idiotés que ya no quiere hacer profesión de la lectura ni de nada. O, en aquel mismo uso o acentos antiguos, un ímbecíl que detuvo su desarrollo mental entre los 3 y los 7 años de edad. Alguien que, por esa suerte de desgracia de la naturaleza, sólo puede leer en el instante emblemático de un niño no tocado por la obligatoriedad de la letra.

(…)

Ese idiota que desplaza toda una historia de la literatura empieza en el dios Pan –un dios de la flauta–, tan delicado que cuando decide escribir libros él sólo dice que está escribiendo “partituras”. Se desliza largo rato desde las pinturas de Altamira a la pantalla de la computadora; entre medio se fue haciendo tan adiposo como para llegar a Balzac y el folletín, y ahora retoma el lento camino de vuelta, a roer en fino su propio hueso, a alimentarse de la radiografía de sus propias costillas –como si fueran viejas resecas tablillas asirias”.

–––––

Texto presentado en las Sesiones Dermisache I, el primero de una serie de encuentros entre artistas y escritores que parten de las obras y reflexiones de los invitados y de la obra de Mirtha Dermisache para expandirse hacia el trabajo de otros artistas, escritores, ensayistas y experiencias.

Citas, reescrituras y fragmentos de: Athanasius Kircher, Isidoro Vegh, Héctor Libertella, Ezequiel Alemian, Jacques Lacan.

Mauro Césari es psicólogo y poeta.

 

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