Diario
Literatura

Muerte y transfiguración
Por Armando Petrucci

El siglo XX fue un siglo feroz. Decenas y decenas de millones de seres humanos terminaron sus vidas con una muerte violenta. Al mismo tiempo se extendió de un modo inimaginable la red de las comunicaciones y del intercambio de libros, música, sistemas de pensamiento y procesos técnicos. 

Esto lo escribía en 2006 Pietro Ingrao, agudo y activo testigo de su tiempo. Pero justamente la “red de las comunicaciones”, sometida forzosamente a la influencia de los “procesos técnicos”, sufrió modificaciones radicales; en los últimos decenios del siglo xx fuimos espectadores de la progresiva desaparición de lo que podemos definir como la “cortina de papel” (como en el siglo xvi el fin de la de pergamino) al menos en lo relacionado con las comunicaciones privadas escritas a mano, que es el tema principal de este libro, que ya está llegando a su fin. 

De hecho, todo lo que hemos visto hasta ahora tiene poco o nada que ver con la situación presente, profundamente modificada por las técnicas escriptorias, por los medios materiales y por el lenguaje comunicativo de la progresiva, rápida y generalizada afirmación de los medios propuestos e impuestos por la revolución informática. Hoy en día prácticamente en todas partes, pero sobre todo en la vasta área de la cultura de Occidente, la correspondencia escrita a mano ha desaparecido o está en vías de extinción. 

El tipo de correspondencia que en buena parte del área cultural de Occidente ha sustituido a la escrita sobre papel o impresa por la computadora es el llamado e-mail o correo electrónico, creado en 1971 por un ingeniero informático estadounidense, Ray Tomlinson, y que consiste en el envío de mensajes digitalizados por medio de un ordenador y enviados (como se acostumbra decir) en tiempo real de un ordenador a otro utilizando la red Internet (heredera del precedente proyecto ARPANET), creada en 1990 e inmediatamente difundida en todo el mundo. 

Pero ¿difundida por quién? Difundida por los principales protagonistas (obviamente estadounidenses) de la producción de instrumentos electrónicos, continuamente modificados y perfeccionados para inducir (¿obligar?) a los potenciales usuarios a adquirir, en un proceso vertiginoso e inagotable, nuevos modelos dotados de una mayor cantidad de funciones accesorias, y convertidos obviamente en indispensables. Se trata de un sistema “usa y tira” aplicado a mercaderías de un costo para nada insignificante, aunque cada vez más abordable, y de uso complejo, del cual quedan excluidos muchos potenciales usuarios, tanto por razones económicas como por una insuficiente preparación técnica, o, también, porque (quizás por su avanzada edad) son incapaces de aprender y aplicar las técnicas, cada vez más complejas, indispensables para manejar directamente los nuevos instrumentos de comunicación y de conservación textual. 

Según Raffaele Simone, “el espectro de conocimientos disponibles en la actualidad es una ventaja solo para quien está capacitado para adquirirlos; para quien no los posee, no sabe cómo apoderarse de ellos o se rehúsa a hacerlo, constituye en cambio una tremenda limitación que puede incluso impedir algunos comportamientos elementales y el uso de algunos recursos”. Téngase en cuenta que en Italia el 46% de las familias no posee todavía una computadora y, por eso mismo, cada integrante de ella, o al menos aquellos que no pueden hacer uso de la que está fuera de su domicilio, queda excluido de los beneficios que se han convertido en el monopolio de ese instrumento, es decir, no solo de un determinado tipo de comunicación escrita activa y pasiva (que de todos modos, debemos agregar, es proporcional al alto número de intercambios epistolares posibles y más económica que en el pasado), sino también de un vastísimo circuito de información, tanto de origen privado o comercial como de origen público, administrativo o cultural, entre otros. 

El cambio radical que el nuevo instrumento electrónico de comunicación ha implantado en el mundo contemporáneo avanzado también incide inevitablemente en la estructura y en la formulación de las comunicaciones escritas. Se ignora el tradicional y milenario esquema textual de la carta occidental, que, como hemos visto, se perpetuó desde la época clásica hasta ayer; han quedado abolidas las fórmulas de cortesía y de saludo iniciales y finales: expresiones de apertura como caro, dear, mon cher, “estimado”, se dejan de lado, o, si se usan, constituyen un motivo de incomodidad o de irrisión. El texto queda por lo general reducido al mínimo, pobre, esquemático, aunque nada prohíbe que se escriban cartas electrónicas largas, el equivalente de cuatro, cinco páginas o más. 

Es evidente que este sustancial empobrecimiento textual de la expresión epistolar no se debe en sí mismo al medio electrónico adoptado, sino que se le puede adjudicar a otras características (o exigencias) propias del mundo contemporáneo desarrollado: el mito de la rapidez y la concisión comunicativa, propio solo del sistema capitalista-financiero internacional y funcional a él (¡el denominado tiempo real!); la fascinación irresistible del dominio de un mecanismo tecnológicamente avanzado; el empobrecimiento cultural progresivo de los sistemas educativos, desde las escuelas elementales a la universidad. A estas características básicamente negativas podemos agregarle la atracción de la posibilidad de un intercambio inmediato de expresiones o de noticias, casi verbal, entre los correspondientes, que tiene el poder de abolir el tiempo y el espacio, incluso permitiendo expresar, si se quiere, un nivel de reflexión propia de un texto escrito. 

Sin embargo, el sistema electrónico de comunicación escrita tiene defectos sustanciales, además de formales: en primer lugar, no es confiable, porque es manipulable desde afuera, como nos lo enseñan las hazañas de los hackers, presentes cotidianamente en los medios de información; en segundo lugar, faltan de garantías de autenticidad. En efecto, la correspondencia electrónica no nos garantiza en absoluto el secreto epistolar, custodiado hasta ahora por el envío de un mensaje en papel guardado en un sobre cerrado o incluso sellado; además, carece de señas autógrafas. Para obviar tales inconvenientes y para garantizarles a las comunicaciones electrónicas un mínimo de autenticidad, en el ámbito de la administración pública italiana se ha dispuesto otorgar valor jurídico al procedimiento de la firma digital con el decreto legislativo del 7 de marzo de 2005, n. 82, que distingue los conceptos y las prácticas de firma electrónica, firma electrónica calificada y firma digital. 

La adopción generalizada de la correspondencia electrónica implicó el abandono progresivo e incluso la desaparición de algunos medios de comunicación escrita tradicionales, propios de los últimos siglos: el telegrama, abolido desde hace tiempo en Gran Bretaña, y la tarjeta postal del Estado. En el Reino Unido se ha llegado en el 2000 a programar la abolición del sistema postal del Estado, lo que suscitó las vehementes protestas de los usuarios. También está en curso una revisión del sistema postal europeo que prevé a partir del 2009 el ingreso de compañías privadas en el servicio. Para mencionar un único pero elocuente ejemplo en Italia: el 20 de junio de 2006 la presidencia del Tribunal Ordinario de Roma comunicaba a todas las oficinas y a sus correspondientes empleados que, a causa de la “crisis del papel” y por razones de economía, el personal debía utilizar el servicio de correo electrónico (tanto privadamente como en la oficina), puesto que el servicio de envío de documentación en papel se iba a interrumpir. Y esto en contraste con la comprobación de que el uso de la computadora (y no solo en lo relacionado con el correo electrónico) no ha hecho disminuir el consumo de papel. 

Otro medio de comunicación escrita enviada por vía telemática, ampliamente adoptado en los últimos años del siglo pasado sobre todo por los más jóvenes, lo constituye el denominado sistema SMS (Short Message Service, es decir, servicio de mensajes breves); según la definición de Raffaele Simone, “breves mensajes escritos que se pueden escribir y recibir con el teléfono celular”, medio que tiene la ventaja de costar relativamente poco, de ser fácilmente transportable y de presentar una pequeña pantalla sobre la cual pueden aparecer, con la activación de un mecanismo simple por parte del receptor, los textos escritos y enviados por el remitente. Como el espacio disponible es reducido y como el precio del envío está calculado en base al espacio máximo consentido al gestor, el sistema de escritura se reduce libremente por medio del uso de abreviaturas, como en el período tardoantiguo, medieval y renacentista, y con símbolos fácilmente comprensibles, distintos según la lengua que se use. Por ejemplo para quien escribe en italiano, dv: dove; qc: qualcuno; dp: dopo; xk: perché; en inglés, tzt msg: text message; en español, tmb: también; xq: porque; txt: mañana. 

La cantidad de mensajes SMS expedidos es de varios miles de millones por mes y va en aumento, si bien el sistema alfabético y de base no se enseña mediante cursos escolares normales, sino que se aprende individualmente a través de la lectura de los textos de otros e indicaciones que proveen los fabricantes. 

La aparición, la difusión y las características formales y lingüísticas de este nuevo sistema comunicativo constituyen una auténtica revolución, cuyos efectos futuros todavía no podemos prever. Es verdad que quien los adopta para comunicarse telemáticamente tiende a adoptarlos también para todo tipo de composición textual, por ejemplo para las redacciones en la escuela o las inscripciones murales. Esto nos lleva a consideraciones inquietantes en cuanto al futuro de nuestro sistema gráfico, lingüístico y comunicativo. Cuando los jóvenes de hoy sean adultos, ¿abandonarán este nuevo modo de redactar y de comunicar o continuarán usándolo y lo adoptarán también en situaciones y lugares impropios? ¿Y cómo, de qué maneras y en qué ocasiones? ¿Vamos hacia un futuro con dos sistemas de escritura distintos, paralelos y contrapuestos? 

No obstante, la correspondencia escrita a mano todavía conserva en algunos ámbitos de uso propios su específica e insustituible funcionalidad, incluso en las sociedades avanzadas del mundo occidental contemporáneo. 

Sobre todo en el ámbito de las relaciones y de los ambientes familiares de vida en común, esta puede manifestarse de dos maneras: la primera constituida por breves mensajes de advertencia escritos a mano y aplicados con adhesivos en las paredes, muebles, vitrinas, heladeras; por lo general avisos, listas de cosas para hacer o para comprar, saludos u otras informaciones de orden práctico. Se trata, en general, de “correspondencia menor”, constituida por textos breves o brevísimos, de fórmulas limitadas al mínimo, por lo general sin fecha, con fines puramente informativos y de contenido circunstancial, a menudo escritos en mayúsculas; su característica principal es, obviamente, su inmediata visibilidad. Pero pueden también redactarse como verdaderas cartas formales, a menudo escritas a mano por respeto hacia su tema, con la intención de comunicar a otros miembros de la familia (o a las autoridades) decisiones irreversibles de gran importancia: abandonos, fugas, suicidios, etcétera. Pero a veces incluso esos mensajes tan importantes pueden trasmitirse por medio de la computadora: es de manual el caso (por fortuna no trágico) que ofrecen los funcionarios, empleados o profesores que ocupan oficinas separadas solo por una pared y que en vez de escribirse mediante billetes, tal vez deslizados por debajo de la puerta (como suele hacerlo a menudo el autor de estas páginas), prefieren recurrir al medio electrónico, que tiene la ventaja de dejar un testimonio de sí y de no hacer levantar de su silla al que trabaja sentado, además de eludir una imprevista intervención de los servicios de limpieza. 

Resulta notable, por su evidente confiabilidad y reserva, el sistema comunicativo adoptado durante su larga desaparición (y también en la prisión de Terni, donde estuvo detenido después de su captura, que finalmente tuvo lugar el 11 de abril de 2006) del reconocido capo de la Cosa Nostra, Bernardo Provenzano, edernido grafómano, que mantenía contacto epistolar con sus secuaces mediante breves mensajes escritos principalmente en cinco máquinas de escribir, parcialmente en un cifrado numérico (por otra parte, elemental) para indicar nombres de personas, incluso teniendo a su disposición una computadora tanto en su refugio corleonese como en su celda. Se trata a todas luces de un caso de marginalidad comunicativa funcional a exigencias y a situaciones muy particulares. 

En la órbita de estos fenómenos residuales podemos ubicar también las cartas escritas a mano por los muchachos napolitanos pertenecientes a la camorra, que testimonian, más allá de su contenido, una obstinada supervivencia de los modelos gráficos escolares y la vitalidad de las prácticas de comunicación escrita a mano en condiciones de marginalidad sociocultural. 

Podemos reconocer otros indicios de una obstinada vitalidad de la correspondencia tradicional en fenómenos de escritura manual que continúan perpetuándose: el uso de plumas digitales para las computadoras, el aumento de la producción de lápices en los Estados Unidos (¿los sacapuntas eléctricos son sus cómplices?), el regreso de la novela epistolar, como lo demuestra Neue Leben, el reciente, extenso y complejo texto de Ingo Schulze, en el cual el epistolario de un empresario, Heinrich Türmer, fechado en 1990, sirve para iluminar y reconstruir los aspectos oscuros de la reunificación alemana. 

Alessandro Parronchi († 2007) escribió en un poema de 1970: 

Envié desde aquí miles de cartas.
Pasaron muchos días
sin que llegara una respuesta.
No sé qué se espera de mí. ¿Que me vaya? Pero me quedo. Las cosas son las que se van.1

¿Se van solas, independientemente de los hombres? Creo que no. 

–––––

1. Este es el título de un famoso poema sinfónico de Richard Strauss, compuesto en 1898-1899, que bien puede representar los cambios formales y sustanciales que la comunicación escrita ha soportado en la segunda mitad del siglo xx. 

Este texto pertenece al libro Escribir cartas, una historia milenaria, de Armando Petrucci (Ampersand editora, 2018), y es reproducido aquí en el marco de la edición del dossier Remedios Varo. Fuga epistolar, un proyecto de Malba Literatura. 

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